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miércoles, 19 de noviembre de 2008

Cuentos de las estepas kazajas. El jan y el sabio visir


Hace mucho tiempo vivía un jan. El más grande de sus visires era un hombre muy sabio. Cuando el jan salía a recorrer sus dominios, siempre se hacía acompañar por él. Un día el sabio visir le dijo:
- Disfracémonos con harapos y mezclémonos con los súbditos, así sabremos mejor qué piensa el pueblo de ti y de tu gobierno.
El jan estuvo de acuerdo. Ambos se vistieron de pordioseros y se dirigieron hacia los aulos. Al atardecer llegaron a una iurta solitaria y pobre y pidieron pasar la noche. El dueño se negó, pero su mujer, que estaba a punto de dar a luz en ese momento, dijo:
- Déjales entrar. No se le debe negar a los viajeros el albergue nocturno.
El marido invitó al jan y al visir a la iurta. Entraron los huéspedes y se sentaron a descansar. De repente, escucharon el llanto de un recién nacido. El dueño acababa de tener un hijo varón. El visir se echó a reír. El jan se sorprendió, pues sabía que el sabio no se reía si no había razón para ello.
- ¿De qué te ríes? – preguntó el jan.
- ¡Estaba pensando que este pequeño se convertirá en tu yerno y en mi amo!- respondió el visir, - y me ha parecido gracioso lo inconstante que puede ser el destino de un hombre.
- ¡ Eso nunca ocurrirá!- exclamó el jan. ¡ Cómo puedo dar yo mi única hija al hijo de un don nadie!.
- ¡ Todo es posible en este mundo!- dijo el sabio visir. –Nadie sabe por la mañana lo que ocurrirá por la noche.
Sus palabras preocuparon al jan. Éste decidió comprar al niño y matarlo. Amaneció y los huéspedes se dispusieron a partir. El jan dijo a los dueños de la iurta:
- Vendedme al recién nacido. Os daré por él un lingote de oro del tamaño de la cabeza de un caballo.
La mujer dijo a su marido:
- Nosotros tendremos más hijos. Que el huésped te de el lingote de oro y nosotros le damos al niño. Vivirá bien con un hombre rico.
El hombre pobre estuvo de acuerdo. El jan compró al niño, lo puso en un cesto y lo arrojó al río. El cesto corrió por las aguas y finalmente se atrancó en unas redes en una de las orillas. Pero acertó a pasar por allí un pescador que comenzó a observar las redes y vio el cesto. Al levantar la parte superior vio al pequeño. El pescador tenía ya ocho hijos y su familia pasaba bastante hambre.
- ¡ De dónde voy a alimentar a un noveno hijo! El pescador quiso depositar el cesto de nuevo en el agua y lanzarlo río abajo, pero su mujer lo impidió.
- ¡ Una vez el destino lo ha traído hasta nosotros, que viva y crezca en nuestra familia!
Y así apareció en la familia un nuevo miembro.

Pasaron algunos años. El jan recorría sus dominios junto a su visir y pararon para dar de beber a los caballos. Los hijos del pescador se acercaron a los dos caballeros tan bien vestidos. El visir vio al niño y comenzó a reírse.
- ¿De qué te ríes?- preguntó el jan.
Le contestó el visir:
- Amo, mira a aquellos tres niños. ¿Ves entre ellos a uno muy guapo?
- Lo veo, - dijo el jan.
- Ese niño se convertirá en tu yerno.
El jan se enfadó:
- ¡ Pero qué te pasa que siempre me prognosticas yernos indigentes! ¡Nunca casaré a mi hija con un pobre!.
- ¡ No siempre el destino de una persona está en nuestras manos!- respondió el visir.
El jan se preocupó mucho. Llamó al pescador y le preguntó:
- ¿De quién es este niño?
- Ahora es mi hijo, lo encontré en un cesto.
El jan se inquietó todavía más:
- Véndemelo. Te daré a cambio un lingote de oro de gran valor.
El pescador aceptó encantado.
El jan mandó al niño a su visir menor con una carta.
- ¡ Da muerte inmediatamente al portador de esta carta!
El niño llegó a casa del visir y le dio el mandato del jan. Al visir le dio pena matar al niño y se lo llevó a vivir con él.
Al cabo de unos años el niño se convirtió en un bello muchacho. Un día, el jan lo vio cerca de su palacio y al instante supo que se trataba del hijo del pescador. Se encolerizó tremendamente e hizo llamar al visir:
- ¿ Por qué no cumpliste mis órdenes?
El visir reconoció su culpa y se arrodilló ante el jan:
- ¡ Perdóname amo! Mi mano no podía alzarse para matar a un niño tan listo y tan hermoso.
El jan decidió ahorcar al muchacho y lo llamó a su presencia, pero en ese mismo momento llegó un mensajero a galope y le comunicó que el enemigo había cruzado las fronteras y estaba saqueando los aulos, por lo que el jan no tuvo tiempo de ajusticiar al muchacho. Escribió una nota y la mandó llevar hasta el visir sabio mientras él mismo se ponía en camino hacia la guerra. El muchacho tomó la nota y se marchó a través del jardín de palacio.



Llegó hasta un montón de hierba bajo un árbol y se quedó allí dormido. En este momento, la hija del jan paseaba por el jardín con unas amigas. Una de ellas vio al muchacho dormido y llamó a la hija del jan. La chica quedó impresionada por la belleza del joven y se enamoró al instante. Se inclinó y besó al muchacho. En ese instante se dio cuenta de que el chico llevaba una carta en las manos. La abrió y leyó en ella el castigo que se le había impuesto.
Destruyó el decreto del jan y en lugar de éste escribió uno nuevo:
“ ¡El portador de la carta debe convertirse en mi yerno. Ordeno que se le entregue la mano de mi hija y que se haga un gran banquete!”.
Depositó la hija del jan el nuevo decreto en el bolsillo del chico y se fue con sus amigas dentro de palacio. El joven se despertó, llevó el decreto al visir, y en lugar de ahorcado acabó en un rico banquete casado con la hija del jan.
El jan luchó tres años contra el enemigo. Durante todo este tiempo, la hija del jan dio a luz a dos hijos. En el cuarto año llegó la noticia de que el jan regresaba a casa habiendo alcanzado la victoria contra el enemigo. La hija del jan fue al encuentro de su marido y le dijo:
- Mi padre es un hombre cruel. Pero quizá su corazón se ablande al ver a sus dos nietos. Cojamos a los niños y vayamos a su encuentro.
Y así lo hicieron. Pero el jan ni siquiera miró a sus nietos. Se encolerizó con su hija por haberse casado por su cuenta con un pobre. El jan mandó llamar por la noche al visir y le dijo:
- Mañana temprano, tan pronto como la panadería abra, el primer hombre que la pise debe arder en el horno. Mi decreto debe ser cumplido a rajatabla.
El visir transmitió rápidamente al panadero la orden del jan. Por la noche el jan llamó al esposo de su hija y le dijo:
- Ve ahora a la panadería, espera hasta que abran la puerta y se el primero en entrar en ella. Comprueba que el panadero trabaja y cumple mis mandatos.
El chico marchó a cumplir el encargo del jan. Pasó por el jardín y escuchó el canto de un ruiseñor. El pájaro cantaba tan bien que el yerno del jan se sentó bajo un árbol y olvidó dónde debía ir. El jan estaba impaciente por ver a su yerno quemarse en el horno y se dirigió hacia allí. Tan pronto como cruzó el umbral, el panadero lo atrapó por lo sobacos y lo echó al horno. El muchacho, una vez terminado el canto del ruiseñor, se acordó del encargo del jan y corrió a la panadería.
Le dijo al panadero:
- Por orden del jan, vengo a observar cómo trabajas y cumples sus ordenanzas.
- Las órdenes del jan se han cumplido al pie de la letra. ¡El primer hombre que ha puesto el pie en la panadería ya está socarrado!

La corte del jan se pasó toda la mañana buscándolo. Sólo después supieron que el jan había muerto entre las llamas. Entonces se reunió el pueblo para elegir un nuevo jan.
El sabio visir salió a la plaza y dijo:
- El hombre más listo y más noble entre nosotros es el yerno del difunto jan. Él debe convertirse en nuestro gobernador.
Y así fue como el pueblo hizo del hijo de un pobre su jan.

Cuento popular kazajo. Traducción del ruso de Ana Marco. Extraído de Б.М.Сидельникова, Казахские народные сказки // Қазақ Халық Ертегілері, Үш томдық, Жазушы Баспасы, Алматы 1971 (B. M. Sidelnikova, Cuentos nacionales kazajos, Tomo III, Ed.Ŷazuzi, Almaty, 1971).

Vocabulario: aulos: aldeas. Iurta: tienda tradicional de los nómadas del Asia Central y Mongolia.

Fotografía 1: Mujeres frente a una iurta. Turkestán. Kazajstán. Asia Central.
Fotografía 2: Mausoleo de Ahmad Yasawi. Turkestán. Kazajstán. Asia Central.
Fotografía 3: Mausoleo de Arslan Bab. Otrar. Kazajstán. Asia Central.

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