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miércoles, 25 de marzo de 2009

EL SANTUARIO DE JERUSALÉN: LA CÚPULA DE LA ROCA

En la biografía de Mahoma se cuenta como éste, durante el transcurso de la oración en Medina, se dio la vuelta y rezó orientado hacia la Meca en lugar de hacerlo en dirección a Jerusalén. De este modo la qibla – dirección de la oración según la cual se orientan todos los templos islámicos- quedaba definitivamente establecida hacia el antiguo santuario árabe de la caaba. Las disputas políticas interna con las familias judías de Medina habían propiciado este cambio de dirección, aunque Jerusalén siguió siendo también un centro religioso después de su conquista por los musulmanes en el 638. La caaba de la Meca y el Templo de Jerusalén están estrechamente relacionados con el viaje al cielo de Mahoma. Según un pasaje del Corán “Dios hizo viajar a Mahoma desde la “Mezquita sagrada”, la caaba, hacia la “Mezquita lejana” el Templo de Jerusalén. Los comentaristas musulmanes ven aquí una referencia al misterioso viaje nocturno del profeta de la Meca a Jerusalén montado en su fantástica cabalgadura, el alado Buraq. En Jerusalén debió de emprender el viaje al cielo desde la roca hacia el trono de Dios; por eso la roca goza de una especial devoción.

Entre los dos santuarios se dan una serie de relaciones que tienen un importante papel en la historia de Abraham, patriarca de las tribus árabes y de los judíos . La caaba de la Meca, es decir , el modelo original, debió de ser construído por el mismo Abraham, y la cúpula de la Roca en Jerusalén, la construcción que sucedió al templo destruído por Herodes, fue erigida sobre el monte Morih, en el que Abraham tenía que sacrificar a su hijo Isaac(según la tradición islámica, a su hijo Ismael). Tanto en la Meca como en Jerusalén, dar la vuelta a los santuarios era un importante objetivo religioso.

Según algunas leyendas históricas, fueron razones de política interna, las que llevaron a la ampliación del templo. El califa omeya Abd Al-Malik quiso crear con la vuelta hacia el templo de Jerusalén un contrapeso al santuario de la Meca, y con ello, al parecer, reprimir la influencia del círculo dominante en la Meca y en Medina, con el que estaba en lucha con la sucesión del Califato. El historiador Al- Yaqubi, cuenta que Abd Al-Malik prohibió a los sirios la peregrinación a la Meca, obligatoria para todo musulmán. En cambio debían peregrinar a la “Mezquita de la ciudad Santa” y dar vueltas a la roca en lugar de a la caaba.
Cuanto más se acerca uno a Jerusalén, más se da cuenta de que la Cúpula de la Roca, situada sobre la terraza del templo, ocupa una posición dominante; aunque desde la lejanía es considerada más bien como una delicada joya, produce el efecto de un relicario, en cuyo interior se encuentra la roca deforme.
La cúpula de Roca es junto a la Caaba, la obra arquitectónica islámica más antigua que, al cabo de trece siglos aún conserva su función original. Su mantenimiento, al igual que el de las ciudades sagradas de la Meca y Medina, fue siempre una

obligación del gobierno central. Después de la conquista de Palestina y Egipto por el Sultán otomano Selim I en los años 1516-1517, la responsabilidad pasó a manos de los otomanos. De esa época proviene el revestimiento exterior del edificio con azulejos según el estilo otomano, que el sultán Solimán el Magnifico hizo colocar en el año 1552 y que ha sido reiterado en numerosas ocasiones hasta nuestros días.
En el centro de la terraza en la que se halla el templo, la cúpula forma una bóveda de unos 30 metros de altura sobre la roca. Se eleva sobre un tambor cilíndrico que descansa sobre cuatro pilares, entre los cuales se extienden arcadas sobre tres columnas. Alrededor del cimborrio se dispone un piso bajo octogonal dividido en dos naves mediante un círculo de ocho pilares a su vez unidos por arcadas.

Cuatro pilares dispuestos según los cuatro puntos cardinales, permiten la entrada al edificio.La luz entra a través de 16 ventanas, que se encuentran en el tambor , así como por otras 40(de cinco en cinco en cada sección de la pared)situadas en la pared exterior del piso bajo octogonal.
Es sorprendente el decorado interior, que en gran parte sigue siendo el original. Los zócalos están revestidos de magníficas losas de piedra con vivos dibujos, como los que se pueden encontrar en Santa Sofía, en Estambul. Por encima de éstos, las paredes están cubiertas de mosaicos de fondo dorado que respetan un jardín fantástico. Los árboles están representados por acantos y otros motivos vegetales y llevan diferentes frutos y joyas. Los puntales muestran aún el revestimiento de bronce original que sigue el modelo antiguo, caracterizado, por palmeras, hojas de acanto y pámpanos.
Por primera vez en un edificio islámico, se encuentra una monumental inscripción árabe en el llamado “ductus cúfico”, que se extiende como una franja de mosaico spbre las arcadas alrededor de la galería interior, todos y cada uno de los textos provienen del Corán. La selección es extraordinaria y junto a la función de la cúpula de la Roca en Jerusalén, debe asociarse directamente a los santuarios cristianos. Una cita breve describe a Alá, como el creador, el único, el que no tiene compañeros. Los siguientes textos señalan a Mahoma como el sucesor de los profetas judíos y de Jesús, desde el punto de vista islámico, y también como “sello de los profetas” esto es, como el último profeta. Una extraordinaria y extensa parte del texto habla sobre Jesús y Maria, desde el punto de vista islámico, completada con la invitación a someterse al Islam. En general estos textos ofrecen referencias auténticas a la función del edificio: en el ambiente marcadamente cristiano de Jerusalén, la cúpula de la Roca debía resaltar la supremacía del Islam y conducir a los infieles- aunque “Gentes del libro” – a la verdadera fe. La inscripción finaliza con la fecha “el siervo de Dios Abadía, el imam Al-Mamun, jefe de los creyentes ha construído esta cúpula en el año 72. ¡que Ala lo acepte!. Esta parte de la inscripción es totalmente un rompecabezas, pues la fecha y el nombre del califa no coinciden. Nos encontramos ante un “damnatio memoriae” un fallo de la memoria: en el año 831, el califa abasí al- M
amun mandó hacer unas modificaciones en la cúpula de la Roca y, con tal ocasión no pudo borrar el nombre Abd al-Malik de la inscripción sustituyéndolo por el suyo propio. Pero no cambió la fecha de construcción de año 72 de la hégira, que podía delatarlo.
La decoración de la cúpula de Roca corresponde, en todos sus detalles a las formas habituales del arte cristiano de Siria y de Palestina. Y lo mismo ocurre también con su arquitectura, que sigue el modelo cristiano en la planta y en la estructura. Muy cerca de allí se encuentra la iglesia del Santo Sepulcro, erigida por el emperador Constantino; ciertamente el diámetro de la cúpula de ambas construcciones casi coincide; 20, 44 y 20, 46 metros. También existía una estrecha relación con la iglesia de la Ascensión en el monte de los olivos que, de la misma manera, era una construcción de planta octogonal, cuyas paredes exteriores poseían una longitud idéntica a la del octógono interior de la Cúpula de la Roca. Además se da el siguiente paralelismo: en la iglesia de la Ascensión se encontraban las huellas de Jesús, y en la Cúpula de la Roca las del profeta Mahoma.

También otra construcción de la antigüedad tardía, La catedral de Bosra en el sur de Siria, erigida los años 512-513, está relacionada por su planta con la cúpula de la Roca. También en Bosra, la cúpula se apoya sobre cuatro pilares con tres columnas entre uno y otro. Las dos naves circulares en torno al recinto de la cúpula estaban separadas por pilares y columnas en la misma disposición que en Jerusalén. Quizás la relación con Bosra no es casual, pues según la tradición Mahoma se encontró en esta ciudad con el monje Bahira, quien le dijo que sería profeta de los árabes. De ahí que Bosra y Jerusalén fueran dos lugares señalados y muy relacionados con las actividades del profeta.
ISLAM arte y arquitectura editado por Markus Hattstein y Peter Delius


Imágenes: 1)Cúpula de la Roca, 2)Mahoma a lomos de Buraq, 3)Vista panorámica Cúpula de la Roca, 4)El sultán Otomano Selim I, 5)El sultán Otomano Sulaymán el Magnífico, 6)Interior Cúpula de la Roca, 7)Catedral de Bosra (Siria)

lunes, 23 de marzo de 2009

Gertrude Bell. La reina del desierto.

Hola de nuevo a las y los lectores de ARABOISLÁMICA. Como ya sabréis teníamos pendiente la segunda entrega de las Damas de Oriente. Para informaros a los que no sepáis muy bien de lo que estoy hablando, este post pertenece a la segunda parte de una especie de trilogía sobre las andanzas femeninas por Oriente.
Las protagonistas de esta trilogía son Lady Mary Montagu, Agatha Chistrie y la mujer de la que vamos a hablar seguidamente, Gertrude Bell.

Me resulta difícil definir a esta dama en unas pocas líneas, así que lo mejor será empezar relatando una escena que transcurre en uno de sus viajes más importantes a Oriente:

“La señorita Bell aparecía subida a lomos de un camello luciendo uno de sus inconfundibles sombreros de plumas y posando orgullosa frente a la imponente figura de la esfinge de Gizeh. A su lado se encuentra su amigo Lawrence de Arabia y Churchill, que trata de mantener el equilibrio sobre su camello.”

A la edad de 53 años ya era la mayor especialista en la compleja política de la región Mesopotámica actualmente conocida como Irak. La llamaban la “Lawrence de Arabia femenina”.
Gertrude fue una especie de heroína de su tiempo, no solo porque sus hazañas en Oriente ayudaran a dibujar las fronteras y establecer una política en una región tan importante como Irak, sino porque fue capaz de mantener ese típico comportamiento inglés protocolario en un área donde el papel de la mujer era radicalmente pasivo en política y opinión.
Para que os hagáis una idea de lo que hablo os voy a contar algo. En una ocasión el jefe supremo de la tribu de los Anazeh dijo refiriéndose a ella:

“Hermanos, habéis oído lo que esta mujer tiene que decirnos. Es solo una mujer pero es fuerte y poderosa. Todos sabemos que Alá hizo a la mujer inferior al hombre, pero si las mujeres de los ingleses son como ella, los hombres deben ser como leones en fuerza y valor.”

Este viaje le serviría, entre otras cosas, para ganar la medalla de oro de la Royal Geographic Society en su regreso al Reino Unido.

Sólo faltaban dos meses para que estallara la primera Guerra Mundial y de nuevo la vida de Gertrude daría un giro inesperado. En un momento en que tras la desintegración del Imperio Otomano las potencias europeas se preparaban para repartirse las riquezas de Oriente Medio, los amplios conocimientos que esta inglesa tenía de la región, serían de un valor inestimable para el gobierno británico. Nadie conocía la zona como ella y los principales jeques del lugar la conocían y respetaban, apodándola “la reina del desierto”. Un año después de que estallara la Guerra la señorita Bell volvería a Oriente convirtiéndose en la única mujer del ejército británico con un cargo político, Gertrud tenía entonces 48 años.

Por supuesto el hecho de ser mujer limitaba los movimientos de la dama, ella misma decía:

“Siendo una mujer, al diablo con mi sexo, una puede hacer poco más que tomar notas (…) es poca cosa comparado con lo que supone participar activamente, entrar en acción”

Más tarde conocería al rey Faysal de la mano de Lawrence de Arabia y tras terminar la Primera Guerra Mundial el trabajo de Gertrud adquirió una dimensión que jamás hubiera imaginado. Sus superiores le encargaron que estableciera las fronteras del nuevo Irak. Durante días se encerró en su despacho lleno de mapas y documentos para realizar tan importante tarea:

“A veces me siento como el Creador a mediados de semana. Sin duda se preguntaría cómo deberían ser las cosas, igual que hago yo”.

Una mujer que marco una época y un territorio, una mujer con poder en tierra de hombres, una coqueta dama y experta amazona que encandiló tanto a jefes tribales como a todo un poderoso imperio.

Desde Araboislámica os recomendamos una lectura profunda de su vida y hazañas.

Las Damas de Oriente. Cristina Morató. Ed. Plaza y Janés, Barcelona 2005.
La reina del desierto. La vida de Gertrude Bell, aventurera, asesora de reyes y consejera de Lawrence de Arabia.
Janet Wallach, Madrid, 2000
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sábado, 14 de marzo de 2009

Tolerancia y multiculturalidad (7ª). Al-Andalus: tópicos y mitos



Después de bastantes días y por motivos ajenos a mi voluntad, retomo mis comentarios sobre el libro de R. M. Rodríguez Magda, Inexistente Al Ándalus. De cómo los intelectuales reinventan el Islam. Si mi primer comentario se centraba en el tema de la violencia, este segundo se refiere a la cuestión de la raza y la cultura, ¡ahí queda eso!



Como decíamos, Rodríguez Magda intenta defender su original teoría de que los musulmanes son muy violentos, en lugar de sostener que el ser humano (en líneas generales) es muy violento, y, sobre todo, en tiempos premodernos (valgan los tres ejemplos del lado cristiano presentados en mi anterior artículo). Pero, también hace lo imposible por dejar claro que lo positivo que hubo en la cultura árabo-islámica (si hubo algo), no fue cosa de los árabes en ningún caso, ni de los musulmanes casi nunca, sino que ¡puras casualidades de la vida!, siempre fueron gentes de otras razas y pueblos los que, a pesar de vivir bajo el yugo arabo-islámico, lograron pensar y crear cultura.



Su tesis es la siguiente:

“Resulta de capital importancia a la hora de adjudicar protagonismos culturales no pensar en bloques homogéneos y ahistóricos, sino resaltar las diferencias entre lengua, cultura, religión y pertenencia racial o nacional de sus autores.” [p. 37]

Para lo que no duda, al “resaltar las diferencias” en marcar las diferencias:

“Toda esta labor de traducción, realizada casi en su totalidad por sabios no musulmanes, puso al alcance de los árabes los textos clásicos de la Antigüedad, lo que propició el surgimiento de buena parte de las figuras más relevantes de la cultura islámica ya en los siglos IX y X –si bien autores como Shafa no dejan de señalar la ascendencia persa de la mayoría de ellos.” [p. 61]

O:

“Los filósofos más relevantes de la cultura árabo-islámica, si excluimos la línea persa denostada por Yabri, son hispanoárabes” [p. 74].

O:

“la escasa originalidad de la cultura árabo-musulmana si tenemos en cuenta, por ejemplo, que al-Juwarizmi y Avicena eran persas, que el primero desarrolla la matemática hindú, que al-Samaw´ al-Magribi era judío y que al-Battani era harranita, esto es, pagano-sabeo.

Y, por poner una última cita para no alargarme en exceso, dice:

“Reiteradas situaciones adversas tuvieron que sufrir los filósofos árabes más conocidos, casi todos como hemos dicho de origen étnico hispano.” [p. 53]

¡La tan traída y llevada etnia hispánica! No deja de sorprenderme que cuando parece que ya han sido superadas algunas etapas dentro del desarrollo del pensamiento, resulta que, de pronto, se retoman ideas, ya periclitadas, que vuelven a aparecer con más fuerza, como los virus. Volver a oír hablar de “La España preislámica” o, peor aun de “la España ocupada” [p. 36] es desalentador. Afirmar que los filósofos árabes más conocidos “eran de origen étnico hispano” nos retrotrae a figuras como F. Simonet o C. Sánchez Albornoz, grandes eruditos e importantes figuras de nuestra historia, pero cuya ideología les condicionó de tal forma que es difícil leerlos sin esbozar, en muchas ocasiones, una leve sonrisa, por lo marcados que estuvieron por la época que les tocó vivir. Es una pena que se vuelva en nuestro país a posiciones esencialistas en las que Hispania/España ¿cómo etnia? y el cristianismo como religión se antepongan como estandarte a la lógica científica y a la verdad histórica.



En relación a lo anterior hay una cuestión básica. Cuando los especialistas tratan del papel jugado por la cultura árabo-islámica como hito en la historia de la civilización humana o en su función esencial en la transmisión del saber greco-latino e indio a Europa, no se están refiriendo a árabes que fueran musulmanes (visión estrecha y lejana a la realidad) sino a cualquier habitantes el extensísimo territorio que abarca el mundo árabo-islámico clásico. Es decir, además de los árabes musulmanes: árabes cristianos [coptos, nestorianos, melkitas, etc.], persas musulmanes o zoroastras, beréberes musulmanes, judíos, armenios cristianos, kurdos musulmanes, andalusíes cristianos, andalusíes musulmanes, andalusíes judíos, turcos musulmanes, mongoles cristianos, mongoles musulmanes, musulmanes o cristianos de origen siciliano, catalán, gallego o castellano que vivían dentro del mundo árabo-islámico, etc. Es decir, se dieron multitud de combinaciones de pueblos, religiones, lenguas y costumbres que tenían como denominador común un poder político islámico (en mayor o menor medida), la lengua árabe (hablada por muchos y conocida como lengua religiosa y de cultura por muchísimos más) y unos rasgos culturales en los que prima el Islam como religión/cultura, con multitud de variantes locales. Por ejemplo, el hecho de no comer cerdo, el estilo y arquitectura de las ciudades, etc. El entrar en disquisiciones raciales (por no llamarlas racistas) de si las aportaciones al legado arabo-islámico fueron más de los persas, de los judíos o de los andalusíes de origen peninsular es una discusión baladí que no nos lleva a ninguna parte.



Imágenes: 1)Maqamas de al-Hariri, 2) Ejército musulmán, 3) Ejército cristiano. Beato de Liébana, 4) Francisco Javier Simonet, autor de Historia de los mozárabes de España, 5)Claudio Sánchez Albornoz, medievalista español, 6) Callejuela de Fez.

[Continuará]

Los cristianos de Alá

Pese a ser el islam una religión estigmatizada por la mayoría cristiano-vieja, sin embargo fue abrazada por unos 10.000 o 12.000 españoles (las cifras son aproximadas) entre los siglos XVI y XVIII. Ahora eran «renegados». En un país que había convertido la Reconquista contra los moros en seña de identidad, este fenómeno podría sorprender, pero obedecía a una lógica bien comprensible: la mayoría de estos conversos eran los prisioneros de guerra que los turcos o los berberiscos del Magreb capturaban en sus ataques contra naves cristianas o los pueblos de la costa. Los famosos cautivos que, como Miguel de Cervantes, iban a parar a los «baños» o cárceles de Argel, Túnez y Trípoli comenzaban una experiencia que sacudiría sus vidas para siempre. Reducidos a la esclavitud, sólo los más afortunados llegaban a ser rescatados gracias al dinero de su familia en España o al canje por un fraile mercedario. El único escape para el resto consistía en convertirse al Islam.

Quienes optaron por este camino se hallaban en los extremos o de la pobreza, o del arrojo. Pragmáticos u oportunistas o, simplemente, escépticos ante cualquier forma definida de religión (pero seguramente creyentes), el caso es que miles de ellos rompieron con Roma. El ritual de conversión era sencillo: en privado -salvo que se tratara de un cristiano importante-, el cautivo debía exclamar la célebre máxima «El único Dios es Alá y Mahoma es su profeta», adoptar un nombre y ropas árabes y, si era hombre, circuncidarse. El nuevo musulmán no dejaba de ser esclavo, pero cuando terminara de pagar su redención podría iniciar un ascenso social y económico que algunos culminaron con éxito en la marina, el ejército o la administración turca, argelina o marroquí. Lo cual tampoco decidía nada: hubo quienes volvieron a España, aun a riesgo de ser castigados por la Inquisición por el delito de apostasía.
Cabe dudar si tras esta condena sólo había celo por la ortodoxia o una admiración resentida ante un ejercicio de libertad.
En mi opinión, unos de los aspectos más significativos de este libro es el que habla sobre los niños de Europa occidental víctimas de las razzias por tierra o capturados en mar.
Estos niños eran capturados junto a los adultos con la única diferencia que en el caso de los niños nunca se aceptaba rescate. La memoria colectiva de estos niños, ha conservado el miedo obsesivo ante aquellos ataques relámpagos en Córcega, Sicilia, Calabria y Baleares y en el litoral valenciano o genovés que diezmaban familias y comunidades rurales.
Llegados ya a la edad adulta, las víctimas evocan ante los inquisidores su infancia interrumpida. Estos hombres guardaron un recuerdo tan dramático de su ingreso en el Islam que quizá tendían a exagerar la crueldad de su dueño. Además, su declaración ante el tribunal inquisitorial está evidentemente, al servicio de sus intereses. Sin embargo, su testimonio es absolutamente digno de fe pues concuerda con los comportamientos de los musulmanes que daban gustosos prueba de su tolerancia para con los adultos cautivos, con cuyo rescate contaban o cuya fuerza de trabajo utilizaban, pero forzaban a convertirse a unos niños a quienes deseaban integrar en la sociedad musulmana.
Es el caso por ejemplo de José Bualdes, de ocho años, compartió en Safi la vida de los hijos de su dueño con los que iba a la escuela y oraba en la mezquita; en cuatro años su familia adoptiva hizo de él un auténtico musulmán; pero el amo murió y el niño, que seguía siendo esclavo, fue cedido al rey de Marruecos; en Salé primero y luego en Argel vivió la vida aventurera de los corsarios; cuando fue apresado de nuevo por los cristianos en flagrante delito de corso era, a sus treinta años, arráez de un bajel corsario; denunciado por testigos, José Bualdes reconoció la solicitud con que le había rodeado la familia marroquí y confesó bajo tortura que había creído poder salvar su alma en la fe de Mahoma.
Un caso así es raro porque ante el Santo Oficio los renegados tienden más bien a buscar circunstancias atenuantes y a recordar los malos tratos de que fueron víctimas, o incluso a inventarlos.
Una cuestión importante en relación a esto es que la ley musulmana, no permitía separar a un niño esclavo de su madre antes de perder su primera dentición. Así, padres e hijos capturados juntos podían permanecer unidos durante años y, en ese caso, los niños eran sostenidos en su fe cristiana, incluso cuando se les forzaba a apostatar.
En definitiva voluntariamente o no, los renegados desempeñaron la función de intermediarios entre dos civilizaciones, entre dos culturas que se detestaban mucho menos de lo que se ha dicho y creído. Los convertidos más auténticos, lo más comprometidos con el Islam, conservan el recuerdo de su comunidad de origen, hablan su lengua, mantienen relaciones de negocios con sus antiguos compatriotas, prestan pequeños servicios y llegan incluso a contribuir a la rendición de un paisano que rehúsa convertirse. Muchos renegados vueltos a tierra cristiana habían experimentado en algún momento difícil las bondades de un amo, musulmán piadoso, o la compasión de su esposa y otros fueron devueltos a la libertad por su mismo dueño. Algunos piensan en el fondo de su corazón y, se arriesgan incluso a decirlo, que “el moro bueno se salva en su fe”.

lunes, 9 de marzo de 2009

Este libro titulado “Los cristianos de Alá”, escrito por Bartolome y Lucile Bennassar está estructurado en tres partes, en las cuales se describe un capítulo de la historia de Europa donde se habla, de cómo la aventura de los renegados afectó a casi todos los pueblos europeos y forjó destinos fuera de lo común.
La primera parte de este libro la componen seis historias singulares, seis destinos personales, elegidos por su poder de evocación.
La segunda parte se funda en el análisis de un conjunto de 1550 individuos, que constituyen nuestro corpus, procedentes de toda o casi toda Europa.
Por último, la tercera parte es un ensayo de interpretación de la historia de los renegados tomando como referencia un doble espejo: el de la Cristiandad europea y el del Islam Magrebí u otomano.
La doble adscripción de nuestros personajes, bautizados en nombre de Cristo y, a disgusto o no, consagrados a Alá, plantea, en nuestra opinión, problemas apasionantes.
Expulsados los judíos de España en 1492, la suerte que esperaba a los musulmanes no podía ser ya muy diferente. En 1502 los Reyes Católicos obligaron a esta minoría étnico-religiosa a escoger entre la conversión al catolicismo o el destierro. El decreto se aplicó primero en Castilla y en 1525 en la corona de Aragón. Se trató de una medida coherente con el objetivo de fortalecer la unidad política a costa de la diversidad confesional, y a la que se llegó tras una presión injusta y desequilibrada sobre unas gentes que, en su mayoría, acabaron por preferir la conversión forzosa antes que abandonar su tierra. A esta población -los llamados moriscos- se le concedió un plazo para abrazar el catolicismo con convicción e integrarse en la cultura hispano-cristiana (adoptando el modo de vestir español y dejando de hablar en árabe, por ejemplo), pero no sirvió de mucho. Tras la sublevación morisca en las Alpujarras de Granada en 1568, la corona barajó varios proyectos para terminar, más que para solucionar, con el problema: reparto de la población por Castilla, separación de los niños de sus padres, etc. El radicalismo religioso de la época y la amenaza que suponían los turcos y los berberiscos norteafricanos acabaron de decidir la expulsión de todos los moriscos de España en 1609.

Desde entonces no hubo oficialmente musulmanes en el territorio español y, en caso de hallarse alguno, debía rendir cuentas ante la Inquisición. Pero esto no supuso que las relaciones entre los españoles y el mundo musulmán carecieran de complejidad. Hay sobrados testimonios de cómo algunos fieles súbditos del Rey de España vieron la deportación de 1609 como un acto cruel y excesivo. A su vez, hubo moriscos expatriados que buscaron mil y una tretas para regresar a la Península. Es en medio de esta frontera porosa, que los gobernantes trataron de dibujar firme e impermeable, donde se situaron unos personajes fascinantes: los españoles católicos convertidos al islam. Los «cristianos de Alá», en palabras de los historiadores Bartolomé y Lucile Bennassar.
EL ÚLTIMO PATRIARCA
Nos encontramos ante la segunda novela escrita por Najat al Hachmi, que tras recibir el premio Ramón Llull a principios de este año, es traducida meses depués al castellano.
Es la historia de la familia Driouch, narrada por la protagonista, la hija de Mimoun, el último patriarca de esta saga marroquí. Al principio la historia nos cuenta el modo de vida de esta familia y sobre todo la vida de Mimoun. Desde muy pequeño se encaprichará de la madre de la protagonista, hasta que consigue casarse con ella. Más tarde, Mimoun considera que Marruecos no es su sitio y decide translarse a España, a un pueblo catalán, donde sin duda no pasará desapercibido... entre otras cosas por sus armas de seducción y por su personalidad conflictiva y agresiva.
Tras un problema con la mujer del jefe en el lugar donde trabajaba como albañil, y problemas con su tio, ya residente en Cataluña, decide regresar a su lugar de nacimiento y llevarse con él a su mujer y a su pequeña hija, a la cual querrá como nunca quiso a nadie.
En la segunda parte de la novela, la narradora se hace más presente, su lenguaje irá evolucionando, arrancan entonces las páginas de auténtica lucha por encontrar un lugar en el mundo, en un país en el que no es el suyo, ni siquiera la cultura es la misma. La autora se divide innumerables veces entre la cultura de su familia y la cultura de sus amigos y compañeros del colegio. Asistimos así al descubrimiento de la amistad, del sexo, de la pasión del amor, de la desigualdad, de la sublevación ante la crueldad, y la sinrazón de su padre, un desalmado hombre con doble moral, tan ávido de poder sobre "sus mujeres" para reafirmar su status de hombre, que personalmente me ha provocado una gran impotencia y rabia, hasta finalmente odiar a este personaje.
Su reafirmación como hombre, como patriarca, es a través del poder y control que ejerce sobre sus mujeres, "Mimoum conseguiría siempre que las mujeres de su vida le fuesen convirtiendo en patriarca" dice su hija, que es su predilecta y más deseada que un hijo varón por Mimoum por ese mismo motivo. El patriarca domestica a sus mujeres para ser hombre y no sólo a las mujeres de su cultura, también lo intenta, y llega a conseguirlo, con mujeres de la cultura occidental con las que mantendrá diversos tipos de relación. Y domesticadas y sometidas, en ocasiones volverán a justificarlo: "si es de buena pasta"... Es su hija la única que, llegada a la adolescencia adelantada, se rebela y todos sus 'peros' al patriarca van conducidos a romper con la tradición del sometimiento a una relación brutalmente desigual. Descubrirá la terrible realidad de comprobar que el padre que tenía que haberla protegido de las agresiones externas, es lo más nocivo que ha existido en su vida. En la novela aparece un hombre con celos patológicos que usará como justificación de sus actos, celos que son determinantes en su conducta y que terminan por escandalizar hasta su propia madre.
El libro en sí tiene un lenguaje muy sencillo y fácil de seguir, aunque a veces crea confusión sobre quién cuenta la historia, pero solo en los primeros capítulos, más tarde el enigma se resuelve sin niguna dificultad.
En esta historia, que según la escritora afirma que no es autobiográfica, pienso que hay mucho de verdad.Personalmente me parece una novela con matices que nos hacen descubrir ciertas situaciones de la cultura de la escritora sin llevarnos las manos a la cabeza. En cambio, la forma que tiene la escritora de narrar las situaciones con un toque de humor, incluso cuando son dramáticas, es algo que no me pareció apropiado, no me gustó nada las partes de la historia en la que ella y su madre encuentran justificación para las barbaridades que comete su padre....Y, cuando pensaba que finalmente la escritora iba a ser valiente, me desilusioné mucho con el final de esta novela y la forma de hacer las cosas de la protagonista para deshacerse de su padre, haciendo cosas que ella misma tampoco quería, solo para defraudar a su padre.
El libro está muy bien narrado y bien estructurado, pero la historia, personalmente no me ha gustado nada, ni la personalidad de ninguno de los personajes.
No es un relato sobre la inmigración (aunque se retrate en determinados momentos y planee sobre el argumento constantemente) si no más bien eso, una historia del conflicto generacional-cultural entre un padre y su hija predilecta.

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