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viernes, 22 de mayo de 2009

El Jardín maravilloso III [final]



Le atrapó un sueño: misteriosamente, desde algún sitio desconocido, una maravillosa ave llegó volando y se posó en su pecho. De repente, el pájaro comenzó a cantar con una voz prodigiosa:
- ¡Oh, buen muchacho! ¡Olvida, olvida tus penas! Los pájaros libres no pueden devolverte el oro, pero te recompensarán por tu misericordia. Despierta rápido y verás algo que secará del todo tus lágrimas.
Tras esto el ave voló y desapareció. El joven abrió los ojos y quedó inmóvil de asombro; toda la ancha estepa estaba cubierta de aves maravillosas, entretenidas en un asunto incomprensible.



Los pájaros hacían hoyos en la tierra con sus garras, dejaban caer en ellos con el pico semillas blancas y de nuevo los cubrían con las alas. El muchacho se movió un poco, y en ese mismo instante, los pájaros alzaron el vuelo. Y de nuevo el día se tornó noche, y de los aletazos de sus alas, en la tierra se produjo un huracán. Pero tras esto se produjo un milagro mayor: de cada hoyo que habían hecho las aves, crecieron de repente verdes vástagos que crecieron cada vez más y más alto, y rápidamente se convirtieron en árboles fuertes y frondosos espléndidamente decorados con hojas brillantes. No pasó apenas un instante cuando las ramas de los árboles se abrieron majestuosamente y se cubrieron de flores preciosas nunca vistas, dotando al aire de una dulce fragancia. A continuación, las flores volaron por todas partes y en su lugar, aparecieron en las ramas esplendorosas manzanas doradas.
Los sublimes manzanos, recubiertos de corteza, exactamente de ámbar, no podían contarse. Entre los esbeltos troncos, se divisaban por todas partes fértiles vides, claros prados, cubiertos de una suntuosa capa de hierba y brillantes tulipanes. Los umbrosos senderos se recubrían de delicados pétalos de flores, que íban cayendo de los árboles. A los lados de los caminos, musitaban sonoramente los royuelos, que se llenaron de piedras multicolores que parecían piedras preciosas. Y por encima de su cabeza, revoloteaban, incesantes, aves, gorjeando sin parar, tan bonitas y de tan bellas voces, que le hicieron pensar al joven que estaba soñando.
El muchacho, maravillado, miró por todos lados sin creer lo que veían sus ojos. Para mostrarse a sí mismo que todo era real, empezó a gritar con fuerza y claramente escuchó su voz que, repetidamente, se desvanecía en el eco. El paisaje no desapareció. Entonces, reunió todas sus fuerzas para abandonar el lugar y dirigirse hasta la kibitka del sabio y contar todo lo que había sucedido. Cuando escuchó toda la historia, el sabio y los tres discípulos, junto a Asa y Hasan y sus hijos, rápidamente se pusieron en camino para ir a ver el jardín con sus propios ojos.

En muy poco tiempo, el rumor sobre el jardín milagroso se extendió por todas las estepas. Los primeros jinetes en llegar al jardín fueron hueso blanco*. Pero tan pronto como éstos alcanzaron el lindero, ante ellos apareció una gruesa verja cerrada con candados de hierro. Entonces, los hueso blanco se apearon de su silla e intentaron tocar las manzanas doradas a través de la reja.
Pero cada uno de ellos que tocaba un fruto, rápidamente perdía la fuerza y caía medio muerto al suelo. Viendo esto, los jinetes hueso blanco regresaron con sus caballos a sus aulos, muertos de miedo y terror.
Tras ellos, al jardín acudieron grupos de pobres. Antes de que llegaran, los candados cayeron solos al suelo y las grandes puertas se abrieron. El jardín se llenó de gente, de hombres y mujeres, de viejos y niños. Éstos paseaban por sus senderos, se calentaban con los pétalos, aunque éstos no se marchitaban. Las personas bebían de los royuelos, y el agua no se enturbiaba. La gente cogía los frutos de los árboles, pero éstos no menguaban. No cesaron de escucharse durante todo el día en el jardín el sonido de las dombras, canciones alegres y fuertes risotadas.
Cuando llegó el anochecer y a la tierra descendió la oscuridad, de las manzanas brotaron suaves luces azules, y los pájaros entonaron un bella y dulce melodía. Entonces, los pobres se acostaron sobre la fragante hierba bajo los árboles y durmieron profundamente, felices y contentos por primera vez en toda su vida.

FIN



* Durante los años del Janato kazajo (s.XV-XVIII), la sociedad se dividía en dos grupos sociales, diferenciados no sólo por su condición económica, sino sobre todo por sus vínculos de sangre con los gobernantes mongoles, que se reflejaba en su condición dentro del Derecho. Ello explica los dos términos con los que se conocía a los dos grupos sociales. Unos habitantes eran los ak suiek, es decir, los hueso blanco, a los que no sólo se prescribían los chingisidos o descendientes de Gengis Khan, sino también los hodjas y los descendientes de compañeros de lucha del profeta Muhammad. Los chingisidos, por derecho de nacimiento, adquirían el título de sultán y podían aspirar al trono del janato en cualquier estado donde se observaran y guardaran las tradiciones del imperio mongol. Ellos no pertenecían a ninguna tribu. Los demás habitantes formaban el resto de la sociedad, y se les conocía bajo el nombre de kara suiek, los huesos negro. Este atributo lo adoptaban de manera natural al nacer y no dependía de su situación económica o espiritual.

Imágenes: 1)Ave Kazaja,2,3)Aves volando, 4)Árbol con pájaros (Cendón), 5)dombras, 6)Guerreros mongoles.

Cuento popular kazajo. Traducción del ruso. Extraído de Б.М.Сидельникова, Казахские народные сказки // Қазақ Халық Ертегілері, Үш томдық, Жазушы Баспасы, Алматы 1971 (B. M. Sidelnikova, Cuentos nacionales kazajos, Tomo III, Ed.Ŷazuzi, Almaty, 1971).

miércoles, 20 de mayo de 2009

LA EXPULSIÓN DE LOS MORISCOS (I)



El presente año de 2009 se cumplen 400 años de la expulsión de los moriscos. En decisión ya tomada en enero de 1609 y refrendada en abril, el Consejo de Estado votaba a favor de que fueran expulsados de España los moriscos, cristianos nuevos de moro o nuevamente bautizados, como se les conocía en la época. Eran los moriscos los descendientes de los mudéjares, musulmanes que vivían bajo poder cristiano pero con un estatuto reconocido que les permitía mantener su lengua, religión, sistema jurídico y modos de vida. A partir de 1501 en Granada, estos mudéjares irán siendo obligados a convertirse al cristianismo y bautizarse (Castilla, 1502; Navarra, 1515; Aragón 1526), con lo que pasan a ser cristianos y, por tanto, sujetos doctrinalmente a la Iglesia y a su brazo represor: el Tribunal del Santo Oficio. El siglo escaso en el que existe un “problema morisco” en España, ésta será incapaz de encontrarle una solución más digna que el de expulsarles finalmente. Hoy en día, tras haber pasado por dos guerras mundiales, dos bombas atómicas, genocidios atroces y éxodos sin cuenta y –quizá lo peor- asistir impertérritos a varios de estos dramas sofocados en la avalancha mediática, puede que se haya perdido la perspectiva de lo que supuso esta medida.
Puesta en su tiempo, se trataba de la mayor expulsión de población que había sufrido España y que había de sufrir hasta la mismísima guerra civil de 1936. Algo más de 300.000 personas fueron obligadas a salir de sus lugares de nacimiento o de vida para enfrentarse con lo desconocido más allá de las fronteras peninsulares. Quizá, por las razones antes expuestas, pueda no parecer una cifra espectacular: apenas un 4 % de una población total de 8,5 millones. Pero las cifras redondas engañan hasta cierto punto: si bien había zonas hispanas prácticamente vacías de moriscos, otras tenían un alto porcentaje de cristianos nuevos. En Aragón suponían un 20 % por la población, mientras que en el Reino de Valencia el porcentaje ascendía hasta el 33 por ciento. Por supuesto, sobre el hecho de la brutalidad de la medida –afectara a 10.000, 50.000 o 123.000 personas-, hay que tener en cuenta que las zonas del levante peninsular se verían especialmente afectadas por la expulsión.



Importa señalar que en 1609 la propuesta de expulsar a una parte de la población española no era nueva. Desde finales del siglo XVI se están alzando, aquí y allá en España, voces que claman por una “solución final” a la cuestión morisca. Personas de altos cargos y dignidades de respeto proponían al rey imaginativas medidas como castrar a todos los varones moriscos, hundirlos en la mar o sacarlos de las fronteras peninsulares. Estas personas se sentían defraudadas de que todos los esfuerzos que se había hecho durante décadas para evangelizar a los moriscos habían caído en saco roto. Para ellos los moriscos seguían siendo, a finales de siglo, tan musulmanes y tan enemigos de España como lo habían sido siempre. Así lo denunciaba un historiador insigne, Luis del Mármol Carvajal:


si con fingida humildad usaban de algunas buenas costumbres morales en sus tratos, comunicaciones y trajes, en lo interior aborrecían el yugo de la religión cristiana, y de secreto se doctrinaban y enseñaban unos a otros en los ritos y ceremonias de la secta de Mahoma. Esta mancha fue general en la gente común, y en particular hubo algunos nobles de buen entendimiento que se dieron a las cosas de la fe, y se honraron de ser y parecer cristianos, y destos tales no trata nuestra historia. Los demás, aunque no eran moros declarados, eran herejes secretos, faltando en ellos la fe y sobrando el baptismo, y cuando mostraban ser agudos y resabidos en su maldad, se hacían rudos e ignorantes en la virtud y la doctrina. Si iban a oír misa los domingos y días de fiesta, era por cumplimiento y porque los curas y beneficiados no los penasen por ello. Jamás hallaban pecado mortal, ni decían verdad en las confesiones. Los viernes guardaban y se lavaban, y hacían la zalá en sus casas a puerta cerrada, y los domingos y días de fiesta se encerraban a trabajar. Cuando habían baptizado algunas criaturas, las lavaban secretamente con agua caliente para quitarles la crisma y el óleo santo, y hacían sus ceremonias de retajarlas, y les ponían nombres de moros; las novias, que los curas les hacían llevar con vestidos de cristianas para recibir las bendiciones de la Iglesia, las desnudaban en yendo a sus casas y vistiéndolas como moras, hacían sus bodas a la morisca con instrumentos y manjares de moros.

Durante todo el reinado de Felipe II, sin embargo, estas propuestas no serán tenidas en cuenta y se insistirá siempre en la perseverancia en la evangelización de los moriscos. La Iglesia debía preparar a sus mejores pastores para hacer válido el bautismo que habían recibido estos hombres en su nacimiento y que les hacía pertenecer a la comunidad cristiana. Cesar en el empeño de conseguir que los moriscos fueran buenos cristianos significaba no creer en la gracia del bautismo y desconfiar en el poder persuasivo de la palabra de Dios.
Y puestas así las cosas, todavía sigue siendo hasta cierto punto un enigma el porqué Felipe III termina aceptando una medida que había sido rechazada con anterioridad, incluso por él mismo en los años inmediatamente anteriores a 1609.



Seguramente no hubo un único factor que terminara de inclinar la balanza a favor de la expulsión, sino una convergencia de varios: la gran influencia del Duque de Lerma, favorable a la expulsión, la desastrosa campaña norteafricana de España, las paces que se había visto obligado a firmar en Europa, el tremendo egotismo de Felipe III… todos influirían a la hora de tomar una decisión política que transmitiera el mensaje de que España aún era fuerte, católica y arrojada. Y las culpas vinieron a pagarlas uno de los grupos con peor fama y mayor marginación: los moriscos.




Los primeros moriscos en ser expulsados de España por decreto fueron los del Reino de Valencia. Se procedía así por considerarlos el grupo morisco más homogéneo, más pertinaz en su creencia y práctica islámicas y de mayor contacto con los enemigos de España, especialmente los turcos otomanos y los franceses. De esta forma, el 22 de septiembre de 1609, una vez que las tropas habían sido estratégicamente distribuidas en la zona y que las galeras de Italia, que habían sido llevadas a Mallorca, se trasladaban a la costa mediterránea peninsular, se daba lectura pública en pueblos y ciudades del primero de los decretos de expulsión firmados por Felipe III. Así rezaba una orden que sacaba a decenas de miles de personas de sus tierras:


Decreto de expulsión de los moriscos del Reino de Valencia.
El Rey, y por su Magestad Don Luis Carrillo de Toledo, Marqués de Caracena, señor de las villas de Pinto, y Ynés, comendador de Chiclana y Montizón, Virrey Lugarteniente y Capitán general en esta ciudad y Reino de Valencia por el rey nuestro señor. A los Grandes, Prelados, Titulados, Barones, Caballeros, Justicias, Jurados de las ciudades, villas, y lugares, Bayles generales, Gobernadores, y otros cualesquier ministros de su Magestad. Ciudadanos, vecinos, y particulares deste dicho Reino. Su Magestad, en una Real Carta de 4 de agosto pasado deste presente año, firmada de su Real mano, y refrendada de Andrés de Prada su secretario de Estado, nos escribe lo siguiente.
Marqués de Caracena, Primo, mi Lugarteniente, y Capitán General del mi Reino de Valencia. Entendido tenéis lo que por tan largo discurso de años he procurado la conversión de los Moriscos deste Reino, y del de Castilla, y los Edictos de gracia que se les concedieron, y las diligencias que se han hecho para instruirlos en nuestra santa Fe, y lo poco que todo ello ha aprovechado, pues se ha visto que ninguno se haya convertido, antes ha crecido su obstinación . Y aunque el peligro, e irreparables daños que de disimular con ellos podría suceder, se me representó días ha por muchos, y muy doctos, y santos hombres, exortándome al breve remedio a que en concienca estaba obligado, para aplacar a nuestro Señor, que ten ofendido está desta gente: asegurándome, que podía sin ningún escrúpulo castigarlos en las vidas, y haciendas, porque la continuación de sus delitos, los tenía convencidos de herejes, apóstatas, y proditores de lesa Majestad divina, y humana. Y aunque pudiera proceder contra ellos con el rigor que sus culpas merecían, todavía deseando reducirlos por medios suaves, y blandos, mandé hacer en esa ciudad la junta que sabéis, en que concurristes vos, el Patriarca, y otros Prelados, y personas doctas, para ver si se podía excusar el sacarlos destos Reinos. Pero habiéndose sabido, que los de ese, y los de éste de Castilla pasaban adelante con su dañado intento, y he entendido por avisos ciertos, y verdaderos, que continuando su apostasía, y prodición, han procurado, y procuran por medio de sus embajadores, y por otros caminos, el daño y perturbación de nuestros Reinos, y deseando cumplir con la obligación que tengo de su conservación, y seguridad, y en particular la de ese de Valencia, y de los buenos, y fieles súbditos dél, por ser más evidente su peligro, y que cese la herejía, y apostasía; y habiéndolo hecho encomendar a nuestro Señor, y confiado en su divino favor: por lo que toca a su honra, y gloria, he resuelto que se saquen todos los Moriscos dese Reino, y que se echen en Berbería.
Y para que se ejecute, y tenga debido efecto lo que su Majestad manda, hemos mandado publicar el Bando siguiente:
- Primeramente, que todos los Moriscos deste Reino, así hombres como mujeres, con sus hijos, dentro de tres días de cómo fuere publicado este Bando en los lugares donde cada uno vive, y tiene su casa, salgan dél, y vayan a embarcarse a la parte donde el el Comisarios que fuere a tratar desto, les ordenare, siguiendole y sus órdenes: llevando consigo de sus haciendas muebles lo que pudieren en sus personas para embarcarse en las galeras, y navíos, que están aprestados para pasarlos a Berbería, adonde los desembarcarán sin que reciban maltratamiento, ni molestia en sus personas, ni lo que llevaren, de obra, ni de palabra. Advirtiendo, que se les proveerá en ellos del bastimento que necesario fuere para su sustento, durante la embarcación: y ellos de por sí lleven también el que pudieren. Y el que no lo cumpliere, y excediere en un punto de lo contenido en este Bando, incurra en pena de la vida, que se executará irremisiblemente.
- Que cualquiera de los dichos Moriscos, que publicado este Bando, y cumplidos los tres días fuere hallado desmandado fuera de su propio lugar por caminos, o otros lugares, hasta que sea hecha la primera embarcación, pueda cualquier persona sin incurrir en pena alguna prenderle, y desbalijarle, entregándole al Justicia del lugar más cercano; y si se defendiere, le pueda matar.
- Que, so la misma pena, ningún Morisco, aviéndose publicado este dicho Bando, como dicho es, salga de su lugar a otro ninguno, sino que estén quedos hasta que le Comisario que los ha de conducir a la embarcación, llegue por ellos.
-Item que cualquiera de los dichos Moriscos que escondiere, o enterrare ninguna de la hacienda que tuviere, por no la poder llevar consigo, o la pusiere fuego; y a las casas, sembrados, huertas, o arboledas, incurran en la dicha pena de muerte los vecinos del lugar donde esto sucediere. Y mandamos se ejecute en ellos, por cuanto su majestad ha tenido por bien de hacer merced destas haciendas, raíces, y muebles que no puedan llevar consigo, a los señores cuyos vasallos fueren.
- Y para que se conserven las casas, ingenios de azúcar, cosechas de arroz, y los regadíos, y puedan dar noticia a los nuevos pobladores que vinieren, ha sido su Majestad servido, a petición nuestra, que en cada lugar de 100 casas queden 6 con los hijos y mujer que tuvieren, como los hijos no sean casados, ni lo hayan sido, sino que esto se entienda con los que son por casar, y estuvieren debajo del dominio, y protección de sus padres; y en esta conformidad más, o menos, según los que cada lugar tuviere, sin exceder. Y que el nombrar las casas que han de quedar en los tales lugares, como queda dicho, esté a elección de los señores dellos, los cuales tengan obligación después a darnos cuenta de las personas que hubieren nombrado. Y en cuanto a los que hubieren de quedar en lugares de su Majestad a la nuestra. Advirtiendo, que en los unos, y en los otros han de ser preferidos los más viejos, y que sólo tienen por oficio cultivar la tierra, y que sean de los que más muestras hubieren dado de Cristianos, y más satisfacción se tenga de que se reducirán a nuestra santa Fe Católica.
- Que ningún cristiano viejo, ni soldado, ansí natural deste reino, como de fuera dél, sea osado a tratar mal de obra, ni de palabra, ni de llegar a sus haciendas a ninguno de los dichos moriscos, a sus mujeres e hijos, ni a persona dellos.
- Que ansimismo no les oculten en sus casas, encubran, ni den ayuda para ello, ni para que se ausenten, so pena de 6 años de galeras, que se ejecutarán en los tales irremisiblemente, y otras que reservamos a nuestro arbitrio.
- Y para que entiendan los Moriscos que la intención de su Majestad es sólo echarles de sus Reinos, y que no se les hace vejación en el viaje, y que se les pone en tierra en la costa de Berbería, permitimos queden 10 de los dichos Moriscos que se embarcaren en el primer viaje, vuelvan, para que den noticia dello a los demás. Y que en cada embarcación se haga lo mismo, que se escribirá a los Capitanes Generales de las Galeras, y armada de Navíos, lo ordenen así: y que no permitan que ningún Soldado, ni Marinero los trate mal de obra, ni de palabra.
- Que los muchachos y muchachas menores de 4 años de edad que quisieren quedarse, y sus padres, o curadores (siendo huérfanos) lo tuvieren por bien, no serán expelidos.
- Item los muchachos y muchachas menores de 6 años, que fueren hijos de cristiano viejo, se han de quedar, y su madre con ellos, aunque sea morisca. Pero si el padre fuere morisco, y ella cristiana vieja, él será expelido, y los hijos menores de 6 años quedarán con la madre.
- Item los que de tiempo atrás considerable, como sería de 2 años, vivieren entre cristianos, sin acudir a las juntas de las aljamas.
- Item los que recibieren el Santísimo SACRAMENTO con licencia de sus prelados, lo cual se entenderá de los Rectores de los lugares donde tienen su habitación.
- Item, su Majestad es serviso, y tiene por bien, que si algunos de los dichos Moriscos quisieren pasarse a otros reinos, lo puedan hacer, sin entrar por ninguno de los de España, saliendo para ello de sus lugares dentro del mismo término que les es dado.

Que tal es la Real y determinada voluntad de su Majestad, y que las penas deste dicho Bando se ejecuten, como se ejecutarán irremisiblemente. Y para que venga a noticia de todos, se manda publicar en la forma acostumbrada. Datis en el Real de Valencia, a 22 días del mes de Septiembre 1609. El Marqués de Caracena.

Por mandado de su Excelencia: Manuel de Espinosa.


Imágenes: 1)Embarco morisco en la Grao de Denia (1613), 2)Moriscos de Valencia, 3)Baile morisco, 4)El Duque de Lerma, 5)Felipe III, 6)Funcionarios otomanos.

martes, 19 de mayo de 2009

El jardín maravilloso. Nuevo cuento kazajo. Continuación.



Atravesaron las estepas durante muchos días y por fin llegaron a la kibitka del sabio. La vieja y cochambrosa kibitka se encontraba aislada entre las estepas. Los viajeros entraron e inclinándose, se presentaron ante el sabio.
El sabio se sentó. A cada lado, lo hicieron dos de sus discípulos.



- ¿Qué asunto les ha traído hasta mí, noble gente? – preguntó el sabio a los recién llegados.
Y éstos le contaron el tema de su discusión. Escuchándolos, el sabio se quedó sentado y callado durante bastante tiempo, y a continuación, se dirigió al discípulo mayor y le preguntó:
- Dime, ¿Cómo resolverías tú en mi lugar el dilema de estas personas?
El discípulo más mayor contestó:
- Yo les haría llevar el oro al Jan, pues él es el señor de todos los tesoros de la tierra.
El sabio frunció el ceño y le preguntó al segundo discípulo:
- Bueno, ¿y tú? ¿qué solución tomarías en mi lugar?
El segundo discípulo respondió:
- Yo me quedaría el oro, ya que esta gente reniega de él, y por derecho se lo queda el juez.
El sabio frunció todavía más el ceño, pero de todas maneras logró tranquilizarse e hizo la misma pregunta al tercer discípulo:
- Muéstranos la conducta que adoptarías ante esta dificultad.
El tercer discípulo contestó:
- Como este oro no pertenece a nadie y todos reniegan de él, yo lo volvería a enterrar en la tierra.
El rostro del sabio se tornó sombrío del todo y preguntó al cuarto, que era el discípulo más joven:
- ¿Y tú que dices, hijito?
- ¡Oh, mi maestro! – contestó el más pequeño de los discípulos. – Disculpa mi ingenuidad, pero ésta sería mi decisión: yo cultivaría con este tesoro un jardín grande y frondoso en la estepa yerma, para que en él pudiesen descansar y deleitarse todos los pobres cansados.

Tras escuchar estas palabras, el sabio se levantó de su sitio y con lágrimas en los ojos abrazó al muchacho.
- En verdad tiene razón, - dijo, - el que afirma:
“Considera mayor que tú al joven que es sabio”. Tu juicio es justo, hijito mío. Coge este tesoro, dirígete a la capital del Jan, compra las mejores semillas, regresa y construye el jardín sobre el que has hablado. Y que eternamente viva entre los pobres tu memoria y el recuerdo de estas gentes que han traído el oro.
El muchacho puso el oro en un saco, lo cargó en su hombro y se puso en camino.
Viajó a través de las estepas durante mucho tiempo y final y afortunadamente, alcanzó la capital del Jan. Una vez llegado a la ciudad, se dirigió rápidamente al bazar y comenzó a deambular entre la ruidosa muchedumbre, buscando a comerciantes que vendiesen semillas de árboles frutales.
Buscó durante mucho tiempo, y entre tanto, examinaba atentamente los puestos de telas brillantes y productos de todas clases. De repente, a su espalda se escuchó el sonido de los cascabeles de una caravana y unos gritos estridentes. El muchacho se volvió y vio que a través de la plaza del bazar cruzaba una caravana sin final que transportaba una carga sorprendente, pues en lugar de bultos y sacos llenos de mercancías, sobre los camellos había pájaros vivos, miles de aves que sólo nidifican en las montañas, en los bosques, en las estepas y en el desierto. Las aves estaban atadas por las garras, y sus alas, desgastadas y arrugadas, parecían andrajos, al mismo tiempo que nubes de plumas multicolores sobrevolaban la caravana. Con cada movimiento de la caravana, los pájaros hendían sus cabezas sobre el costado de los camellos, y de sus afilados picos se arrancaban quejicosos gritos. El corazón del muchacho se llenó de compasión ante semejante espectáculo, lo que le empujó a atravesar los grupos de curiosos y dirijirse hasta los caravaneros. Respetuosamente, se inclinó y preguntó:
- Señor, ¿Quién ha condenado a estos maravillosos pájaros a semejante y espantoso suplicio, y hacia dónde los llevan?
El caravanero contestó:
- Los transportamos al palacio del Jan. Estas aves están predestinadas a servir como alimento al Jan, que nos ha pagado por ellas quinientos chervónetz (diez rublos de oro).
- ¿Dejarías estos pájaros en libertad si te doy el doble de esa suma en oro?, - preguntó el muchacho.
El caravanero observó al joven burlonamente y siguió su camino.



Entonces, el muchacho bajó de su hombro el saco de piel y lo abrió ante el caravanero.Éste se detuvo sin creer lo que veían sus ojos, y al tomar conciencia de la riqueza que se le ofrecía, ordenó al instante al resto de sus hombres que desataran a los pájaros.
Tan pronto como las aves se sintieron libres, volaron juntas hacia el cielo. Eran tantas, que el día se transformó en noche, y de los aletazos de sus alas, se produjo un huracán sobre la tierra.



El muchacho siguió durante mucho tiempo el vuelo de las aves que se alejaban, y cuando éstas desaparecieron del alcance de su vista, recogió el saco vacío del suelo y se puso camino de vuelta. Su corazón se regocijaba, sus piernas andaban ligeras, de sus labios emanaba una alegre canción.
Pero cuanto más cerca estaba de su destino, más se apoderaba de él un pensamiento amargo y un sentimiento de arrepentimiento le oprimía el pecho.
- ¿Quién me ha dado a mí el derecho de disponer por mi propia cuenta de la riqueza ajena? ¿Acaso no fui yo el que se ofreció a construir un jardín para los pobres? ¿Qué le digo yo ahora a mi maestro y a esta sencilla gente que esperan mi regreso con las semillas?
Así se lamentaba el muchacho. Poco a poco, la desesperación se apoderó de él, y tirándose al suelo, comenzó a llorar pidiendo que la muerte se lo llevara. Al final, su aflición era tan grande, que se quedó durmiendo profundamente.



Imágenes: 1)Paisaje kazajo, 2) Kibitka o yurta, casa desmontable de las estepas asiáticas, 3) Jardín oriental de Jutta Votteler, 4,5,6,7)Aves de Kazajstán.

Cuento popular kazajo. Traducción del ruso de Ana Marco. Extraído de Б.М.Сидельникова, Казахские народные сказки // Қазақ Халық Ертегілері, Үш томдық, Жазушы Баспасы, Алматы 1971 (B. M. Sidelnikova, Cuentos nacionales kazajos, Tomo III, Ed.Ŷazuzi, Almaty, 1971).

lunes, 18 de mayo de 2009

El jardín maravilloso. Nuevo cuento kazajo.



Hace algún tiempo vivían dos amigos pobres que se llamaban Asan y Hasan. Asan labraba un pedazo de tierra, mientras que Hasan pastoreaba con su pequeño rebaño, y de esta manera se ganaban ambos la vida. Los dos amigos eran viudos, pero Asan tenía una bonita hija muy cariñosa que era su consuelo, mientas que Hasan tenía un hijo muy fuerte y obediente, su esperanza.
Una primavera, cuando Asan se preparaba para salir hacia sus arados, a Hasan le alcanzó una tremenda desgracia: algo espantoso arrasó la estepa, y todos los carneros del pobre Hasan se abrasaron.
Bañado en lágrimas, se apoyó en el hombro de su hijo, se acercó a su amigo y le dijo:
- Asan, he venido a despedirme de tí. Mi rebaño a muerto, y sin él, yo también moriré sin remedio.
Escuchando las palabras de su amigo, Asan también se puso a llorar, y acercándose a su amigo dijo:
- Amigo mío, a tí te pertenece la mitad de mi corazón. No te niegues, coje la mitad de mi arado. Consuélate, toma una pala y cantando ponte a trabajar.
Y así fue como Hasan se convirtió en agricultor.
Pasaron los días, los meses, los años. Un día, Hasan estaba labrando y de repente escuchó un ruido extraño, su pala había topado con algo. Empezó a cavar apresuradamente la tierra en ese mismo lugar, y ante sus ojos apareció un antiguo tesoro lleno de monedas de oro.
Sin poder contener su alegría, Hasan cogió el tesoro y lo arrojó precipitadamente sobre las tierras de su amigo.


- ¡Alégrate, Asan! – gritó corriendo, - ¡Alégrate, la felicidad te ha alcanzado! He desenterrado un tesoro lleno de oro en tus tierras. ¡Ya te has salvado de la pobreza!
Asan le recibió con una amable sonrisa y le contestó:
- Conozco tu generosidad, Hasan, pero éste es tu oro, y no el mío. Tú eres en realidad el que ha encontrado el tesoro en la tierra.
- Yo conozco tu magnanimidad, Asan, - objetó Hasan, - pero, regalándome tu tierra, no me diste el derecho a poseer lo que en ella se esconde.
- ¡Estimado amigo!, - dijo Asan, - todas las riquezas de la tierra deben pertenecer a quien la riega.
Discutieron durante largo tiempo. Finalmente, Asan dijo:
- ¡Pongamos fin a esto, Hasan! Tú tienes un hijo en edad de casarse, y yo tengo una hija en las mismas circunstancias. Ellos se aman desde hace mucho tiempo. Vamos a casarlos y les damos a ellos el oro. ¡Que nuestros hijos no conozcan la pobreza!


Cuando los amigos se pusieron de acuerdo, de poco no se murieron de alegría. En ese mismo día se celebró el feliz enlace. El muchacho y la joven se instalaron en la pobre chabola de Hasan, y éste se trasladó a casa de Asan.
Al día siguiente, tan pronto como empezó a clarear, los jóvenes aparecieron en la casa de sus padres. Sus caras no escondían la preocupación, y en sus manos traían el tesoro.
- ¿Qué ha ocurrido, hijos? – preguntaron alarmados Hasan y Asan. ¿Qué desgracia os ha alcanzado tan pronto?
- Hemos venido a deciros, - contestaron los jóvenes, - que los hijos no deben poseer lo que han despreciado sus padres. Nosotros somos ricos incluso sin este oro. Nuestro amor es una joya más preciosa que todos los tesoros del mundo.
Y así depositaron el tesoro en medio de la chabola.
Entonces, de nuevo se desató la discusión sobre quién debía administrar el oro, y esta continuó hasta el momento en el que los cuatro decidieron llevar el oro a un conocido sabio que vivía muy lejos.

[Continuará]

Cuento popular kazajo. Traducción del ruso de Ana Marco Esteve, lectora de español en la Universidad de Almaty. Extraído de Б.М.Сидельникова, Казахские народные сказки // Қазақ Халық Ертегілері, Үш томдық, Жазушы Баспасы, Алматы 1971 (B. M. Sidelnikova, Cuentos nacionales kazajos, Tomo III, Ed.Ŷazuzi, Almaty, 1971).
Imágenes: Estepas kazajas, Monedas de oro, Fiesta del Nawriz en Kazajstán.

martes, 12 de mayo de 2009

Flamenco árabe.

Primero quería daros los buenos días a las y los lectores de araboislámica. Hoy hace un día estupendo, el sol brilla en la Península (España) casi tanto como lo hace en África.
España y el Norte de África, dos pedazos de tierra que están tan cerca y tan lejos a la vez… Vecinos separados por un muro de mar azul y aguas tranquilas, separados en el nombre de Dios, separados por el color de la piel, pero más unidos de lo que creemos.

Lo malo de estos dos mundos es que siempre han intentado imponer su esencia única en vez de fusionar lo mejor de estas dos maravillosas tierras.

En España aún ahora se puede ver las hondas huellas de al- Andalus a nivel lingüístico, costumbrista y, como no, a nivel artístico y arquitectónico. Todo un lujo para nosotros ya que la diversidad hace que la personalidad de los pueblos se expanda y brille, adoptando características específicas de cada pueblo y aumentando el patrimonio de esa seña de identidad que llamamos cultura.

Todo esto os lo cuento por que el otro día buscando por la red me encontré con el vídeo que aparece más abajo.
Se trata de una fusión flamenco árabe y, sinceramente es una fusión bastante bien conseguida: letras árabes con guitarra española, gestos flamencos de pura raza con los sutiles movimientos de una odalisca… una maravilla.

Me encantaron, pero tengo un problema, no se cómo se llaman, ni de dónde son. Me gustaría que si alguien ve este post, me mande, por favor, información sobre este grupo.
Gracias y un saludo.

miércoles, 6 de mayo de 2009

Taxi (reseña)



La novela que os presentamos es de un escritor egipcio, Khaled al Khamissi. Con el nombre del autor he de hacer un inciso: sería mejor que transcribieran su nombre como Jaled al Jamissi, ya que el sonido jota existe en castellano también, como en árabe, y Kh es la transcripción inglesa y francesa de la jota. Esta asimilación de arabismos o nombres propios árabes en castellano a través del francés o el inglés es un fenómeno que no es de ahora. Por eso no decimos "jalifa" como los árabes, sino “califa”. Creo que en la actualidad deberíamos tender a transcribir al castellano, sin otros idiomas intermedios, porque sino Jaled pasa a ser pronunciado Caled, lo que resulta bastante absurdo. No obstante está claro el motivo por el que se hace. Es más fácil a la hora de encontrarlo en bases de datos, librerías o bibliotecas.

Jaled al Jamissi es un cairota licenciado en ciencias políticas por la Universidad de El Cairo y doctorado en la Sorbona. También es productor, director de cine y prestigioso periodista. Taxi es su primer libro, que ha tenido mucho éxito.
Lo cierto es que es un libro muy ameno que se lee rápidamente, casi sin darte cuenta. Tiene una estructura muy típicamente árabe. Se trata de relatos muy breves con un mismo esquema: el autor-relator se sube en un taxi y el taxista le comenta algo sobre la situación política, económica o social de Egipto. Aparecen todo tipo de temas de actualidad, de la actualidad egipcia, lógicamente, pero, al mismo tiempo, los taxistas de este libro plantean temas y problemas que no dejan de ser, en su mayoría, universales.



Es un libro de protagonista múltiple, los taxistas de un populosa ciudad con un tráfico endemoniado, que pasan la mayor parte de su tiempo sentados, sometidos a una
dura tensión, con unas condiciones de trabajo inhumanas, en muchos casos y que, al mismo tiempo, apenas tienen dinero para malvivir.



“La jungla del asfalto” cairota se deja ver en distintos momentos del libro:

“La calle Giza estaba tan atascada que parecía que era el Día del Juicio Final. El taxi no se movía y la contaminación mezclada con el aburrimiento hacía del tiempo una asfixia perenne. A la derecha, la facultad de Veterinaria, a la izquierda el
Parque Zoológico, y por delante y por detrás un sinfín de coches. Estimé que tardaría dos siglos en llegar a la Ciudad del Cine, que está en la calle de Al Haram.”, p. 83.

“… al acercarnos al Recinto Ferial, la carretera estaba totalmente bloqueada… Permanecimos sentados en el coche, que por arte de magia se había transformado en una simple roca en el medio del camino que ni el mismísimo Hércules habría podido apartar. Llevábamos esperando cerca de una hora cuando decidí pagarle al taxista la carrera y bajarme para continuar a pie… nada más apearme, se me acercó un policía y me prohibió bajar.
- ¿Y esto?- le pedí explicaciones.
- Está prohibido, señor. Tiene que permanecer en el coche.
- ¿Pero cómo? Esto es una calle y quiero andar por ella.
- Que está prohibido, señor. Suba al coche.
Humillado, subí al coche y el taxista se rió de mí.
- ¿Pero es que quería dejarme solo en este embrollo? –bromeó.”, p. 129-130.



Las críticas también son múltiples. Veamos unas pinceladas:

“Aquí en El Cairo, el Gobierno cambia el nombre de las calles sin que la gente se dé cuenta. Ya puede pasar un año, diez o cincuenta que la gente lo sigue llamando igual. Ésta es Antisana, y ésta Champollion. Todos esos nombres han cambiado, pero el Gobierno va a su aire y nosotros al nuestro.” p. 65.



Ante la entrada inminente de nuevos taxis “Los conductores de los antiguos taxis negros y blancos, “los patitos feos”, se preguntan quién cogerá esos taxis y si acaso les afectará este proyecto; mientras tanto, continúan recopilando todos los detalles posibles sobre las tarifas y los preparativos de los nuevos taxis amarillos, “los cisnes”. …”Dicen que van a sacar al principio ciento cincuenta coches, pero que aumentarán el número hasta mil quinientos. Si en El Cairo, que es la capital, tenemos ochenta mil taxis, esos ni se van a ver. Va a ser como echar un grano de azúcar en el Nilo. Esta historia me recuerda al chiste sobre el presidente libanés que va de visita a China y le pregunta el presidente chino: “¿Por qué no has traído contigo al pueblo libanés?”. “Es que ni se les vería”, - contestó el de Líbano.”, p. 106.

El narrador le pregunta a un taxista por qué quiere que suban al poder los Hermanos Musulmanes:

“Pues porque ya hemos probado de todo. Hemos probado con la monarquía y no ha dado resultado. Hemos probado el socialismo con Abdel Naser, pero incluso en su punto más álgido todavía estaban los pachás del ejército y de los servicios secretos. Luego probamos el centro y después el capitalismo, pero con los productos subvencionados, un sector público, dictadura, ley de emergencia, y acabamos por convertirnos en norteamericanos; poco a poco nos convertiremos en israelíes y tampoco funcionará. ¿Por qué no probamos con los Hermanos? ¿Quién sabe? Puede que funcione.”, p. 89.


Es un libro que da la palabra a los desheredados, a los que se sienten olvidados
(“el gobierno no piensa más que en los turistas y en los ricos…”, p. 106) y que en las páginas de Taxi toman la palabra para expresar el sentir de la calle.




Taxi, Khaled al Khamissi, Almuzara, 2009, trad. de Alberto Canto García y Khaled Musa Sánchez, 215 pp.

lunes, 4 de mayo de 2009

Los misterios de Agatha Christie.

Para terminar con esta trilogía femenina voy a contaros algo sobre Agatha Christie, seguro que todos la conocéis de sobra como la autora de la mítica obra “Asesinato en el Orient Express”, que fue llevada a la gran pantalla y con la que Ingrid Bergman ganaría un Oscar.

Christie publicó más de ochenta novelas y obras de teatro, principalmente del tipo de la habitación cerrada y de argumentos donde interviene uno de sus personajes principales, Hércules Poirot y Miss Marple.

Varios de sus libros han sido publicados a título póstumo, entre ellos su autobiografía.

Además de ser escritora detectivesca, Agatha Christie escribió seis novelas románticas bajo el pseudónimo de Mary Westmacott, algunas obras teatrales y un libro de poemas.
Cuando leí sobre ella en el libro de Cristina Morató (Las damas de Oriente), comencé a atar cabos. Primero me sorprendí cuando descubrí que una de sus mayores pasiones fue Oriente y luego comencé a relacionar algunos de los títulos de sus obras con esa gran pasión. Títulos como “Muerte en Mesopotamia”, “Intriga en Bagdad” o “Muerte en el Nilo” son algunas de las obras de Christie que nos muestran su conocimiento sobre este territorio, sus sueños sobre una cultura de cuento de las Mil y una noches.

Tenía 40 años cuando descubrió la que sería una de sus grandes pasiones, la arqueología y un escenario, Oriente Próximo, donde pasaría “los años más felices e intensos de mi vida”.
Tras la muerte de su madre y el divorcio de su primer marido, decidió viajar a unas excavaciones arqueológicas a Bagdad.
Para ello subió al legendario Orient Express, rumbo a Damasco.

En su segundo viaje a Damasco, Agatha visitó las ruinas de Ur, situadas cerca de esta majestuosa capital. Allí conocería a Max Mallowan, un arqueólogo 14 años menor que ella y con el que acabaría contrayendo matrimonio unos meses después. Por supuesto sus más íntimos se negaban a esta unión, poco habitual en aquella época, por la diferencia de edad. Sus amigos se equivocaban por completo ya que su relación, llena de complicidad, humor y aventuras, duraría 45 años. De la mano de Max se sumergiría en el fascinante mundo de la arqueología pasando largas temporadas en Egipto y Mesopotamia.

Agatha era valiente, no le importaba dormir en una tienda, la escasez de agua o que en su saco de dormir apareciera de vez en cuando algún que otro alacrán.
Agatha comenzó a escribir su autobiografía en el yacimiento de Nimrud, al norte de Irak, cuando tenía 60 años. Allí se instaló en abril de 1950 mientras su marido trabajaba, pero cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, Agatha se encontraba en Inglaterra separada de su esposo que estaba en Egipto. Para él la guerra no sería tan angustiosa como para su esposa. Estuvieron tres años separados, unos años muy duros repletos de privaciones y problemas económicos.
Pero ni siquiera esos atropellados tiempos limitarían la actividad de esta magnifica escritora. Durante aquellos años escribiría teatro adaptando alguna de sus famosas obras al parquet de madera como hizo con su novela “Diez negritos”.

Agatha Christie tenía 55 años cuando acabó la Guerra. Max y ella volverían a verse tras una larga separación. Él fue colmado de elogios por su trabajo y de reconocimiento por su labor en Siria, una vida de adquisición de conocimientos de su verdadera pasión, la arqueología.
Más tarde volverían ambos a los yacimientos de Nirmud. Agatha pediría permiso a las autoridades iraquíes y británicas para tener una habitación anexa a los barracones de la excavación para poder usarla como despacho y darle rienda suelta a su imaginación situando a la señorita Marple en el ambiente que tanto inspiraba a la escritora.

En 1961 fue nombrada miembro de la Real Sociedad de Literatura y doctora Honoris Causa en Letras por la Universidad de Exeter.

En 1971 se le concedió el título de Dama del Imperio Británico (Dame), un título de nobleza que en aquellos días se concedía con poca frecuencia.

Agatha Christie murió por causas naturales el 12 de enero de 1976, a la edad de 85 años, no sin antes dejarnos un legado de aventuras y misterios y una espléndida autobiografía que se publicaría tras su muerte según los deseos de esta tenaz escritora.

Y para finalizar con esta trilogía de mujeres en Oriente me gustaría transcribir un texto que aparece en la última página de la autobiografía de Agatha, y dice lo siguiente:

“Caminar por una alfombra de flores hasta el santuario de los Yezidis en Sheik Adi… la belleza de las mezquitas de amplios tejados de Isfahan: una ciudad de cuento de hadas… un atardecer rojo en nuestra casa de Nirmud… bajar del tren en las Puertas Cílicias en la quietud del anochecer…”

Autobiografía, Agatha Christie, Ed Planeta, (536 pags)
Las Damas de Oriente, Critina Morató, Ed. Plaza y Janés, 2005.

Fotografías: (1º.- Sheik Adi, 2º.- Mezquita de Isfahan, 3º.- Max y Agatha en Nirmud)

viernes, 1 de mayo de 2009

LA MUJER DE MAYO: FAIRUZ.

Araboislámica abre una nueva sección llamada “La mujer del mes”. Con ello pretendemos dar a conocer a grandes mujeres del mundo árabe que tal vez en occidente no son tan conocidas, pero que asimismo, merecen un reconocimiento que el equipo de Araboislámica se ha propuesto llevar a cabo desde el blog.
Para comenzar con este ciclo, el mes de mayo va dedicado a una de las más conocidas cantantes e intérpretes del mundo árabe: FAIRUZ


Su verdadero nombre es Nuhad Haddad. Se trata de una famosa cantante y actriz libanesa, considerada por sus admiradores como una leyenda viviente.
Nacida y educada en Beirut (Líbano) en 1935, a la edad de 10 años, Nouhad ya era reconocida en su escuela por su hermosa voz. Le gustaba cantar con regularidad durante los festivales y las vacaciones escolares. Aunque su carrera musical comenzó cuando Halim El Roumi nombró a Nouhad como una de las cantantes del coro en la estación de radio de Beirut y compuso varias canciones para ella. Desde ese momento él la comienza a llamar “Fairuz”, que en árabe significa “turquesa”.
A finales de los años 50 su talento como cantante empezó a ser reconocido. Las primeras canciones de Fairuz fueron acogidas con un entusiasmo sin precedentes, la cantante destacaba por la novedad de su timbre vocal y la lírica con la que expresaba el amor romántico y la nostalgia hacia la vida en su tierra natal.

Fairuz llevó a cabo el primer concierto a gran escala en 1957 como parte del Festival Internacional de Baalbek, patrocinado por el presidente libanés Camille Chamoun. Realizó musicales y operetas agotando todas las localidades durante años, estableciéndose indiscutiblemente como la cantante más amada del Líbano y como una de las cantantes más populares del mundo árabe ya que su estilo jamás se había visto en todo el mundo árabe.
En 1969 siendo muy popular la música de Fairuz se prohibió en las estaciones de radio del Líbano durante seis meses por orden del gobierno libanés porque se negó a cantar en un concierto privado en honor del presidente argelino Houari Boumédienne durante su visita al Líbano. A pesar de ello la popularidad de Fairuz aumentó aún más ya que ella dejó en claro que no canta para una sola persona ya sea rey o presidente, ella siempre cantara para el pueblo. Gracias al éxito que obtuvo, su música pronto se difundió fuera de las fronteras de Líbano, y empezó a darse a conocer en países como Siria, Egipto, Inglaterra o Francia y en 1971, Fairuz logra ser internacionalmente famosa después de su gira por América del Norte y América Latina, siendo recibida con mucho entusiasmo por los inmigrantes de los países árabes.


En la década de 1990, Fairuz produjo tres discos y realizó una serie de conciertos a gran escala, en particular el histórico concierto celebrado en Beirut en septiembre de 1994 para poner en marcha el renacimiento del distrito centro de la ciudad que fue arrasada por la Guerra Civil. Participó en el Festival Internacional de Baalbek en 1998 después de 25 años de ausencia, donde interpretó los temas más destacados de los años 1960 y 1970.
En la actualidad, Fairuz trabaja exclusivamente con su hijo Ziad. El álbum, (Wala Keef), fue su última producción en 2002. Fairuz posee un amplio repertorio de alrededor de 1500 canciones, ha vendido millones de discos en todo el mundo, y se le han otorgados prestigiosos premios y títulos a través de los años.

La libanesa sigue siendo hoy en día la más destacada cantante viva del mundo árabe, sus seguidores la llaman “La embajadora de las estrellas”, “La Embajadora de los árabes”, “Vecina de la Luna”, y “La voz de la poesía”, entre otros diversos pseudónimos que destacan las virtudes de esta gran artista.

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