En el momento justo en que iniciaba la oración, los machos cabríos empezaron a arremeter unos contra otros allí mismo, delante de él.
Al caer la tarde, cuando el astro rey se disponía a retirarse de su trono en el corazón del cielo y se despedía amenazando con volver al día siguiente para acabar de abrasar todo lo que hoy no pudo, Asouf hundió los brazos en la arena del valle y empezó a hacer las abluciones para cumplir con la oración de la tarde.
Oyó el rugido del motor a lo lejos, por lo que decidió darse prisa y confesarle a Allah su verdad antes de que llegasen los cristianos a los que, en los últimos años, solía recibir en el valle para mostrarles las imágenes talladas en las rocas.
Sin embargo, justo en el momento en que exaltaba la grandeza de Allah y empezaba a recitar en voz baja la primera sura del Corán, las cabras, poseídas por el Diablo, empezaron a enfrentarse unas con otras delante de él, como si rivalizaran en cuernos o quisieran mostrarle su heroísmo en el combate. Hoy las cabras estaban inquietas porque una cabra revoltosa había engatusado a un cabrito testarudo, el cual llevaba siguiéndola desde por la mañana, olfateándole las posaderas e intentando, insistentemente, montarla por detrás. El cabrito despertó la envidia de los machos, que se reunieron y empezaron a retarse unos a otros armados con sus largos cuernos.
Dejó de rezar y, maldiciendo a Satán, se fue a cumplir con su plegaria frente la roca más importante del valle Metkhandoush.
La roca se eleva al final del flanco occidental del valle, donde éste confluye con el valle Aynesis y forman juntos un único valle, amplio y profundo, que continúa descendiendo en dirección nordeste hasta desvanecerse en el Gran Abrahuh, en la meseta de Messak Mellet.
La majestuosa roca delimita una sucesión de grutas alzándose al final como piedra angular, donde lleva miles de años enfrentándose cara a cara con el inexorable sol. Está decorada con los grabados más asombrosos que el hombre prehistórico haya dejado en todo el desierto del Sahara: a todo lo largo de la imponente roca se alza el gigantesco hechicero, con el rostro oculto bajo una enigmática máscara y tocando con su mano derecha el arruí2 que permanece junto a él con aire majestuoso y tenaz, ambos con la cabeza levantada hacia el horizonte, donde cada día el sol sale y baña sus rostros con sus rayos.
Wadi Methkhendoush
Durante miles de años, el imponente hechicero y el arruí sagrado han conservado sus rasgos claros y profundos, sus trazos sublimes y expresivos, tallados en la superficie de la roca maciza.
El hechicero aparece en la sólida roca a tamaño natural, si bien parece más grande y más corpulento que un hombre de estatura media. Está ligeramente inclinado hacia el arruí sagrado, que supera en tamaño a cualquier arruí normal.
En el pasado, cuando siendo joven recorría el valle desierto pastoreando su ganado, a Asouf no se le ocurrió que aquella imagen tallada en la roca pudiera ser tan importante como lo es ahora que se ha convertido en un punto de interés para los turistas cristianos. Llegan desde los países más lejanos, atraviesan el desierto con sus todoterrenos para contemplar la roca y se quedan boquiabiertos de asombro ante su esplendor, su belleza y su misticismo. En una ocasión incluso vio a una mujer europea que se puso de rodillas frente a la roca y empezó a recitar en voz baja un discurso ininteligible que se trataba, según dedujo por intuición, de una oración de los cristianos.
Methkhendous. Señal de bienvenida
Imágenes similares decoran las rocas de las montañas y las cuevas de todos los demás valles de Messak Settafet. Asouf las había descubierto de niño, cuando, agotado de caminar tras el rebelde rebaño, se refugiaba en las cuevas para guarecerse del sol y descansar un rato. Allí se entretenía mirando las coloridas pinturas: cazadores con extrañas caras alargadas corriendo detrás de numerosos animales de los que sólo conocía el arruí, la gacela y el búfalo salvaje. En las pinturas también había mujeres desnudas de pechos grandes, unos pechos realmente enormes que no guardaban proporción alguna con el resto de sus cuerpos. Esta perspectiva le hacía reír, porque se imaginaba que, cuando las mujeres echaban a andar, no podían avanzar porque sus pechos se lo impedían. Allí tumbado, Asouf se reía a carcajadas y su eco resonaba recóndito en cuevas desconocidas.
Más tarde descubrió otras pinturas mientras escalaba la montaña siguiendo al ganado. En aquellos muros de piedra vio caras siniestras como las de los demonios y animales horribles que no existen en el desierto. Le sorprendía que su madre no le hubiera hablado de ellas antes, ni siquiera en sus fábulas, ni que su padre las mencionara antes de fallecer en aquella horrible persecución tras el arruí embrujado.
- Son los antiguos habitantes de las cuevas -comentó su madre en una ocasión-. Los primeros ancestros.
- Pero si dijiste que en las cuevas vivían los genios -contestó Asouf.
Fijó la vista en él, desconcertada, y después sonrió y se balanceó de un lado a otro mientras sacudía el odre de leche entre sus manos.
- ¿Nuestros primeros antepasados son genios? -preguntó Asouf insistiendo en el tema.
Su madre contuvo la risa, pero aún así Asouf pudo notarlo en su mirada. Repitió la pregunta, y esta vez su madre le contestó secamente:
- Pregúntale a tu padre.
Entonces le preguntó a su padre, que se echó a reír y le contestó:
- Es posible que fueran genios, pero genios buenos. Los genios, al igual que las personas, se dividen en dos clanes: el clan del bien y el del mal. Nosotros pertenecemos al primero, al clan de los genios que eligieron el bien.
- ¿Por eso no tenemos vecinos? -preguntó Asouf.
- Sí, por eso mismo. Si vivieras cerca de los malos, te alcanzaría el mal. Aquel que prefiere el bien tiene que huir de la gente para evitar que el daño lo alcance. Y esto es precisamente lo que hace este clan de genios. Desde tiempo inmemorial han vivido en las cuevas huyendo del mal. ¿No oyes sus conversaciones las noches de luna?
Su madre intervino:
- ¿Por qué lo asustas con historietas de genios nocturnos? Más vale que ordeñes la camella y me traigas leche antes de la cena.
Riéndose de nuevo su padre se fue a ordeñar la camella y Asouf se volvió hacia su madre.
- Oigo las conversaciones de los genios todos los días en las cuevas -dijo Asouf-. Dicen cosas sorprendentes y a veces incluso les da por cantar. No me dan miedo.
Su madre se rió y echó unos palos de madera al fuego.
Y así, Asouf siguió distrayéndose con las caras de los genios en las cuevas de las montañas.
Exhausto, se refugiaba en las cavidades de las rocas para protegerse del calor abrasador. Allí se tumbaba un rato y después se acercaba al muro de piedra y empezaba a quitar capas de polvo hasta que descubría los trazos tallados en la roca. Continuó limpiando los recios muros hasta que fueron apareciendo caras, enmascaradas o alargadas, o asomaban los animales que huían de las flechas de los cazadores enmascarados: arruís, gacelas, búfalos y otros muchos animales, de gran tamaño y patas largas, que no encontraba en el desierto actualmente.
Más tarde, empezó a llamar a cada uno de los valles, desfiladeros y montañas con el nombre de las figuras trazadas en sus rocas. Así, este era el Valle de la Gacela, ese, el Desfiladero de los Cazadores, aquella, la Montaña del Arruí, y esa otra, la Llanura de los Pastores. Hasta que descubrió al gran genio, el gigante enmascarado, que se alza junto a su venerable arruí, vuelto hacia la Meca y esperando la salida del sol mientras proclama la grandeza de Allah en una oración eterna.
Aquel día, la cabra más rebelde del rebaño se escapó. Se separó del resto del ganado y bajó por el desierto valle Metkhandoush. Asouf corrió tras ella hasta que la alcanzó donde el valle se funde con el cercano Aynesis para formar juntos un único río, inmenso y profundo, que continúa su arduo recorrido a través del desierto árido en dirección a la llanura de Abrahuh. Allí había un grupo de cuevas coronadas por imponentes rocas, las cuales, a su vez, envolvían a aquella roca colosal erigida como un edificio que se eleva en picado hacia el cielo, como una estatua pagana levantada por los mismísimos dioses. El genio enmascarado y su arruí sagrado ocupaban gran parte de la roca, desde la cima hasta la parte más baja. Se quedó un buen rato contemplando la obra y después intentó subirse a las rocas para tocar la máscara del gigantesco genio, pero no lo consiguió.
Montes Akakus, desierto Fezzan (Libia)
El acceso a la roca estaba rodeado de piedras escabrosas. Intentó aferrarse de nuevo a las rocas lisas pero entonces algunas piedras cedieron bajo sus pies y se precipitó y cayó de espaldas al valle. Se quedó allí, retorciéndose de dolor por unos instantes; después se arrastró a cuatro patas intentando resguardarse bajo la sombra de una acacia alta y verde situada en medio del valle. El corazón le latía con violencia y las gotas de sudor recorrían todo su cuerpo. Nada más llegar al árbol, la sombra de éste se desvaneció.
A pesar de su asombro, Asouf se tumbó bajo el árbol y esperó a que el despiadado sol se pusiera.
Al día siguiente, descubrió que la miserable cabra que se había salido del rebaño y lo había guiado hasta la cueva del gran genio había sido estrangulada aquella noche por un lobo, y recordó cómo la acacia lo había rechazado y su sombra había salido despavorida cuando fue a refugiarse en ella tras haberse caído de la roca.
El arruí o muflón del Atlas es el animal más antiguo del desierto del Sahara y se trata de una cabra montesa que se extinguió en Europa en el siglo XIII.
Imágenes: 1)Imagen de dos gatos tallada en la roca, 2) Portada del libro, 3) Imagen de vacas tallada en la roca.
Traducción: Belén Ruano Ruano, alumna de 4º curso de Traducción e Interpretación (Universidad de Alicante)
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