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lunes, 1 de diciembre de 2008

Cuentos de las estepas kazajas. El rico y el pobre (2ª parte)

Cuando regresó el ama, se dispuso a comprobar que todo estaba en orden con la comida. Cogió una cuchara, sacó toda la carne y palideció al darse cuenta de que el corazón había desaparecido. “Mi marido me va a pillar. ¿Era necesario quedarse tanto tiempo en casa de la vecina!”- se recriminó. Pero lamentarse no sirve de nada. Salió al patio, cazó un gallo, lo troceó, le quitó el corazón, lo echó a la olla y se tranquilizó.
Por la tarde llegó el marido. La cena tenía muy buena pinta. Cuando comieron, el pícaro marido guiñó el ojo a su mujer y dijo sonriendo:
- Bueno, esposa, ¡Dios nos ha bendecido! Por la mañana, cuando nos despertemos, tendremos oro bajo la almohada.
La mujer no dijo ni respondió nada, agachó la mirada y se fue a la cama. A la mañana siguiente se despertaron y miraron debajo de la almohada. Allí no había oro. Pusieron la cama patas arriba, pero no había oro por ningún sitio.
El asombroso fue el de Hasan y Huseyn cuando se despertaron esa misma mañana y se encontraron sobre la cabezera sacos llenos de oro. La sorpresa de sus padres no fue menos. El padre de Hasan y Huseyn, que no había visto nunca tanto oro junto, se asustó y se fue a buscar a su hermano para que le aconsejara.
- ¡Uy, uy, hermano, dime, qué ha podido pasar? Por la mañana, en la cabecera de nuestros hijos encontramos bolsas llenas de oro. ¿Esto es bueno o malo?
Los ojos del comerciante se llenaron de envidia, pero, frunciendo el ceño y mirando hacia el suelo, dijo con voz ronca:
- Mal asunto. Aquí se han mezclado los espíritus. Alguna vez pregunté al jazret sobre esto y él, por la misericordia de Allah, contestó: “El espíritu ha corrompido a esa persona, no podemos perder ni un minuto...” Coge a tus hijos, abandónalos en algún lugar y huye, de otra manera no te traerán nada bueno.
El padre regresó a su casa entristecido y pensó: “No, no puedo matar a mis hijos. Los conduciré muy lejos, a la estepa o al bosque, para que mis ojos no los vean y mis oídos no los oigan”. Por la mañana pidió al vecino su carro, sentó a sus hijos y les dijo:
- Ahora os voy a llevar a un lugar donde hay muchas fresas. Por la tarde vendré a recogeros, y tendréis que haber cogido capazos de fresas.
Marcharon los tres durante mucho tiempo hacia la estepa, y finalmente se pararon en el lindero de un bosque muy frondoso. Entre los troncos de los árboles había muchas matas y espesos arbustos, y los chicos vieron muchas fresas.
- Bueno, hijos, quedaos aquí y recoged fresas.
El padre no dijo nada más, se dio la vuelta y se dirigió hacia los caballos llorando.
Tras pasar mucho tiempo entre las zarzas, Hasan y Huseyn se sentaron a descansar y a esperar a que, en cualquier momento, regresara su padre. Pero el padre no volvía y los chicos tuvieron que pasar la noche en el bosque. Al día siguiente se despertaron y vieron que bajo sus cabezas había de nuevo sacos de oro. Los chicos no los tocaron, los dejaron en el mismo sitio donde habían pasado la noche y empezaron a caminar por el bosque sin rumbo alguno. Por el camino se encontraron a un viejo cazador.


- ¡Hola, abuelo! – dijeron al unísono.
- ¡Hola niños! ¿De dónde venís y adónde vais?
- De dónde no lo sabemos, el bosque es muy grande, pero caminamos hasta dar con alguien. Al que no tenga hijas le serviremos de hijas, y a quien no tenga hijos le haremos de hijos.
- Yo no tengo hijos, ¿queréis ser mis hijos? ¿Os venís a mi casa?
- Vamos, - aceptaron los hermanos.
El viejo iba a caballo. Hizo sentarse a los dos chicos sobre el caballo y dijo:
- Id, el caballo os llevará hasta mi casa.
Los chicos le dieron las gracias al viejo y no se entretuvieron más:
- Abuelo, - dijeron Hasan y Huseyn,- allí, donde hemos dormido, ¡yacen sacos llenos de oro!
Hasan y Huseyn vivieron mucho tiempo con el viejo cazador y se acostumbraron a la vida del bosque. Aprendieron a disparar y se convirtieron en dos cazadores muy valientes y experimentados. En esos años, el que en otros tiempos fue un cazador pobre y viejo se había convertido en el hombre más rico del lugar.

Cada mañana, cuando los chicos se despertaban, seguía apareciendo oro bajo sus almohadas. Un día, estaban conversando entre ellos y se acordaron de su antigua vida.
- Husayn, ¿conoces un viejo refrán?- dijo Hasan. “El perro, cuando no deambula, siempre vuelve al lugar donde encontró un hueso con carne, y una persona siempre se ve arrastrada al lugar donde nació”. Huseyn, ¡vamos a buscar a nuestros padres!.
- ¡Tus pensamientos son los míos, y allí dónde tu vayas iré yo!- contestó Huseyn. ¡Vamos!.
Fueron a hablar con el viejo cazador para comunicarle su decisión. El viejo se lamentó muchísimo y dijo:
- Os puedo dar como regalo un rebaño de reses, aunque veo que no lo necesitáis. Os deseo buen viaje y éxito en la búsqueda de vuestros padres.
El viejo entregó a Hasan y Huseyn sus dos mejores caballos, se despidieron y los chicos se alejaron. Viajaron durante un mes entero y finalmente vieron que el camino se bifurcaba.
- ¡Nuestro camino se separa!- dijo Hasan. Tú ve hacia la derecha y yo iré por la izquierda.
- ¡Que así sea!, - dijo Huseyn. Nos veremos aquí en el camino de vuelta.
Y en ese mismo sitio del camino clavaron un puñal en la tierra.
- Si estamos vivos o muertos, este cuchillo lo indicará, - dijeron. Si uno de nosotros muere, la mitad de su empuñadura mirará hacia la parte del camino que escogió y se quemará.
Hasan y Huseyn se despidieron y se marcharon por caminos diferentes.

Que marche ahora Huseyn por su camino, pues el cuento ahora hablará sobre Hasan.

[continuará]

Cuento popular kazajo. Traducción del ruso. Extraído de Б.М.Сидельникова, Казахские народные сказки // Қазақ Халық Ертегілері, Үш томдық, Жазушы Баспасы, Алматы 1971 (B. M. Sidelnikova, Cuentos nacionales kazajos, Tomo III, Ed.Ŷazuzi, Almaty, 1971).

Traducción: Ana Marco Esteve
Fotografía: Abuelo en Asia Central. Kirguistán.

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