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martes, 23 de septiembre de 2008

Cruzados alemanes en la costa portuguesa. Siglo XII

“Poco después de la rendición de Alcácer do Sal, el obispo de Lisboa Sueiro y las otras personalidades eclesiásticas y militares escribieron una carta al papa Honorio, disculpándose de haber inducido a los cruzados alemanes y flamencos, que se dirigían a Palestina, a quedarse con ellos a invernar en Portugal, con el objeto de liberar a España y vencer a los enemigos de la fe: “ad Hispaniam liberandum et ad inimicos sancti fidei expugnandos”. Para llevar a cabo tal empresa les habían propuesto el asedio de la fortaleza llamada Alcázar, que, entre todas las que los sarracenos poseían en España, era la más perjudicial para los cristianos. Por otra parte la posesión de esta plaza brindaría a los cruzados oportunidad de provisiones abundantes y de resarcirse de los gastos de la expedición. Aunque en realidad los peregrinos desde la salida de su patria hasta la llegada “inesperada” a Lisboa no habían tardado más que 42 o 43 días, sin embargo, tendenciosamente, Sueiro y demás firmantes manifiestan al Papa que los cruzados, después de haber superado muchos naufragios y diversos peligros, habían invertido cuatro meses en trabajosa navegación que, por lo general, suele hacerse en 15 días. ...



Tal demora no podía interpretarse sino como un signo del Señor para la liberación de España. El éxito con que fue coronada la acción contra Alcácer do Sal y los milagros que tuvieron lugar durante aquella gloriosa jornada venían a confirmar cuán justa había sido su determinación. Finalmente piden al Papa que, para alcanzar la meta propuesta de estirpar de toda España el pérfido culto de los paganos, el ejército de los peregrinos permanezca por espacio de un año en Portugal, y que tanto a los cruzados alemanes como a sus compatriotas portugueses se les concedan las mismas indulgencias que si hubieran estado en Tierra Santa. Piden además, puesto que se hallan en guerra contra los sarracenos, que los clérigos de España paguen el impuesto de vigésima establecido por Inocencio III para la cruzada, y que aquellos peregrinos que por larga ausencia de la patria, por enfermedad o por pobreza de medios no pudiesen llegar a Tierra Santa, les sea permitido regresar junto a los suyos con plena remisión de sus pecados.


Por la misma fecha el jefe de la flota cruzada Guillermo de Holanda, en su calidad de “crucesignatorum comestabulus”, como él mismo se llama, escribe también al Pontífice, anunciándole igualmente la expugnación de Alcácer do Sal por los cruzados a su mando con ayuda de 100 naves, y en la que fueron hechos 2000 prisioneros sarracenos, entre los cuales se contaba el gobernador de la fortaleza llamado Abur (“dominus castri, Abur nomine”), quien se hizo bautizar juntamente con algunos cientos de los suyos. Esta circunstancia es interpretada por el conde de Holanda como un presagio muy alentador para someter a la fe católica a una gran parte de la España musulmana. Sin embargo, hay que decir, que esta esperanza se reveló muy pronto como infundada, pues la conversión de “Abur” no había sido más que una estratagema para escapar con vida y poder pasar a la primera ocasión al campo de sus compatriotas, cosa que tuvo lugar ya antes de la primavera de 1218. Por todo esto –continúa el Conde de Holanda- y a ruegos del rey de León (al que llama “rex Legionensis et Gallorum”, se silencia por lo tanto también aquí al rey de Portugal Alfonso II), del de Navarra y de muchos arzobispos y obispos, así como de los principales de toda España, se había decidido a permanecer en Portugal para ayudarlos en la lucha contra los sarracenos. Y termina suplicando a Honorio en términos de gran humildad y subordinación … que le haga llegar su voluntad, que, como hijo obediente, acatará plenamente y sin ninguna objeción.

La respuesta de Honorio al obispo Sueiro lleva fecha del 12 de enero de 1218. El papa, ante los hechos consumados, accede de buen grado a conceder indulgencias plenarias a los cruzados que habían tomado parte en la conquista de Alcácer, pero sin absolverlos del voto contraído de dirigirse a Tierra Santa. Sin embargo en otra carta del 26 del mismo mes, Honorio da encargo a los obispos de Lisboa y Évora, y al prior de Palmella, de comunicar a aquellos que habían perdido sus naves durante el asedio, o a los que por manifiesta pobreza no podían hacer efectivos sus votos, que quedaban exentos de proseguir el viaje a Palestina. En virtud de esta dispensa del Pontífice hay que suponer que un cierto número de cruzados nórdicos se volvieron a su patria, y que otros se asentaran como colonos en las tierras portuguesas ganadas a los árabes en la fértil comarca del Sado.”

J. Ferreiro Alemparte, Arribadas de normandos y cruzados a las costas de la Península Ibérica, Madrid, 1999, pp. 169-170.

Imágenes: 1-situación de Alcácer do Sal, 2- Territorios almohades, 3- Cruzados cerca de Damietta (5ª Cruzada), 4- Alfonso IX, rey de León y Galicia, 5-el Papa Honorio III(1216-1227).

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