Adéntrate y descubre la historia y la cultura árabe e islámica.


Mostrando entradas con la etiqueta relatos de viajes. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta relatos de viajes. Mostrar todas las entradas

jueves, 15 de abril de 2010

Encantadores de serpientes en El Cario del siglo XIX.



Muchos de los escritores que visitaron a Egipto en el siglo XIX han proporcionado relatos sorprendentes de una clase de hombres a los que se atribuye, como a los antiguos Psylli de Cirenaica, la posesión de un arte secreto al que se hace referencia en la Biblia, y que les permitía mantenerse a salvo de las mordeduras de las serpientes venenosas (vid. Sal. LVII1, 4,5; Ec. X, 11; Jer. VIII, 17). Comenta el escritor inglés Edward William Lane en su libro Manners and Customs of the Modern Egyptians (véase en este mismo Blog "Un apunte sobre Edward Lane y su pasión egipcia), que durante su estancia en Egipto en la primera mitad del siglo XIX, conoció a muchas personas, y de las más inteligentes de aquel pueblo, que condenaban a estos modernos Psylli afirmando que se trataba de impostores, pero no conoció a nadie que estuviese en condiciones de ofrecer una explicación satisfactoria de las más comunes e interesantes de sus actuaciones .



Un dibujo de Edward Lane de encantadores de serpientes en El Cario
En el año 1830.



Narra Lane con extraordinario estilo que muchos derviches rifais y saadis se ganan la vida, yendo de casa en casa expulsando a las serpientes mediante encantamientos. Algunas otras personas profesan este mismo arte, pero no son tan famosas. Los primeros viajan por cualquier parte de Egipto, y no les falta el trabajo, aunque sus ganancias apenas cubren sus más elementales necesidades. El encantador afirma descubrir, sin percepción visual (aunque es posible que lo haga por tener un olfato especial) si en una casa hay serpientes o no; si las hay, puede atraerlas, de la misma manera que hace el pajarero que, utilizando tan sólo la fascinación de su voz, lleva a los pájaros en su red. Como las serpientes buscan los rincones más oscuros a fin de esconderse, el encantador, en la mayoría de los casos, debe ejercitar sus habilidades en una habitación a oscuras porque, de esa manera, siempre puede sacar una serpiente de su pecho, llevarla hasta la gente que espera fuera, y afirmar que la ha encontrado en la vivienda, ya que nadie se aventurará a entrar con él después de que éste asegura que hay una serpiente en la habitación. Sin embargo, a veces se le hace actuar a la luz del día, rodeado de espectadores, y gentes incrédulas los han registrado e incluso desnudado, y a pesar de ello, su éxito ha sido completo. Suele asumir un cierto aire de misterio, golpea las paredes con una rama corta de palmera, silba, hace un ruido de cloqueo con la lengua, y escupe en el suelo; luego añade: «Os conjuro por Dios, si estáis arriba o si estáis abajo, que salgáis. Os conjuro por el más grande Nombre, si sois obedientes, ¡morid! ¡morid! ¡morid!» La serpiente generalmente se ve desalojada de alguna grieta de la pared por su bastón, o se descuelga del techo de la habitación.




También afirma Lane que a menudo ha escuchado que el encantador de serpientes, antes de entrar en una casa en la que debe poner en práctica su arte, emplea a un sirviente de la casa para que meta una o dos serpientes; sin embargo, explica Lane, que ha conocido casos en los que esto sería imposible, y se inclina a pensar que los derviches están realmente al corriente de algún medio físico para descubrir la presencia de serpientes sin necesidad de verlas, así como de atraerlas desde sus escondrijos. Es, sin embargo, un hecho bien comprobado, afirma Lane, que los más expertos de entre ellos no se atreven a llevar encima serpientes de tipo venenoso sin antes haberles extraído los colmillos ponzoñosos. Muchos de ellos esconden es¬corpiones, también, dentro del gorro, incluso sobre la cabeza afeitada, pero sin duda no lo hacen sin antes haberlos desposeído de su capacidad de herir, quizás simplemente despuntándoles el aguijón. No se olvida Lane de mencionar las famosas hazañas de los derviches, que consistentes en comer serpientes venenosas vivas, hazañas que se consideran actos religiosos.


* Edward William Lane, Manners and Customs of the Modern Egyptians, New York: Cosimo, Inc., 2005, 371. Sobre los viajes de Lane a Egipto y su descripción de las costumbres de los egipcios en el siglo XIX véase también su libro Description of Egypt, El Cairo: American Univ in Cairo Press, 2000.

sábado, 28 de noviembre de 2009

Cautiva en Arabia (reseña)




Se trata de un nuevo libro de Cristina Morató, autora de varias obras sobre grandes viajeras y exploradoras.El libro se subtitula "La extraordinaria historia de la condesa Marga d´Andurain, espía y aventurera en Oriente Próximo". Consta de unos anexos al final y de un buen número de fotografías.
Realmente resulta un personaje bastante llamativo, aunque no simpatizas con él. El libro nos acerca a una mujer de una gran personalidad, pero sin escrúpulos y que nunca se le puso nada por delante frente a su voluntad e intereses. Al igual que otras viajeras, sobre todo inglesas, del siglo XIX, se ponían el mundo por montera pero transportando con ellas todo lo que podían del bienestar que dejaban en sus lugares de origen.
Marga d´Andurain nació en Bayona, en el País Vasco francés, el año 1893. Pertenecían a la alta burguesía vasca. El apellido por el que se la conoce era de su marido, Pierre d´Andurain, un primo lejano suyo. Centrándonos en sus viajes relacionados con el mundo árabe, en 1925 decidió irse a vivir a Egipto, "un destino muy de moda en aquellos años veinte" (p. 70) aunque no se sabe cuál fue el motivo real de su viaje. "Mademe d´Andurain viajaba a Egipto como una gran señora en compañía de su servicio doméstico y veinticinco maletas. Además de su esposo y sus hijos -Pio de catorce años y Jacques de nueve-, iban con ellos su fiel cocinera vasca Maïder Datcharie, la joven doncella parisina Germaine y Nénette en calidad de gobernanta. El matrimonio y los niños se acomodaron en los elegantes camarotes de primera clase..." (p. 79). Durante los dos años que residieron en el Cairo, alternaron con la colonia británica y tuvieron una activa vida social, tan del gusto de Marga D´andurain.

Cuando se le brindó la oportunidad de viajar a Siria y Palestina con una baronesa inglesa, lo hizo "ajena a los consejos de sus amigos y la opinión de Pierre" (p. 105). Estuvo en Haifa y visitó Jerusalén. El mayor W. F.Sinclair, que las había acompañado, les propuso visitar las ruinas de Palmira. Desde Damasco, partieron hacia Palmira. Como comenta la autora del libro, otras intrépidas viajeras europeas habían visitado ya las ruinas de Palmira. Lady Hester Stanhope fue la primera, en marzo de 1813, en visitar Palmira. La escritora Emily Beaufort, autora de una guía de Siria publicada hacia 1860 en Londres, habla de lo difícil y penoso que era el viaje a través del desierto, desde Damasco a Palmira. "En 1872 la periodista y viajera rusa Lidia Paschkoff visitó las ruinas en compañía de un pequeño séquito que incluía al cónsul ruso, a su dragomán, dos doncellas europeas, un fotografo francés y los sirvientes de ambos...." (p. 125).
A Marga se le ocurrió en seguida la idea de instalar a su familia en Palmira, donde su marido se podía dedicar a la cría de caballos. Se trasladaron desde el Cairo y en Palmira trataron con la guarnición francesa acantonada allí y con el jeque árabe de Palmira. Allí regentaron en 1928 un antiguo hotel que rehabilitaron con el nombre de Hotel Zenobia, en honor de la famosa reina de Palmira, que se enfrentó a los romanos en el s. III. Tuvieron reyes y viajeros entre los clientes del hotel. Estuvo, por ejemplo, la famosa escritora Agatha Christie y la escritora y fotógrafa suiza Annemarie Schwarzenbach (a las que hemos dedicado entradas en el Blog), Como anécdota, diremos que, según la autora del libro, "Aunque Marga tuvo varios y pacientes profesores desde su llegada a Palmira, nunca habló bien el árabe porque, en palabras de Marga "ninguna frase significa exactamente lo que se dice en ella y la complejidad de la gramática árabe es legendaria" (p. 145).
Parece que se entendió bien con los beduinos y no así con los militares del puesto de Palmira.



En 1933, Marga decidió peregrinar a la Meca. "Los motivos que llevaron a la condesa d´Andurain a protagonizar tan imprudente y peligrosa aventura es uno de los muchos misterios que rodean su vida" (p. 173). Se trataba de un viaje casi imposible y muy peligroso. Para ello se casó con un beduino y se convirtió al islam. Hizo lo imposible por convertirse en la primera francesa en penetrar en la Meca.



No voy a contar nada más sobre este episodio de su vida, ya que perdería interés la lectura del libro. Solo añadir que existe diversas fuentes que hablan de su vida. La propia Marga d´Andurain escribió una autobiografía, Le Mari-passeport, publicado en París en 1947, que era una recopilación de artículos que había escrito por entregas para Le Courrier de Bayonne, en el año 1934. Además, diversos artículos de prensa de la época hablaron de sus peripecias. Su influencia se extiende a su familia ya que su hijo Jaques trató sobre la figura de su madre en su libro "Drôle de mère" y la hija de este y nieta de Marga, Julie d´Andurain hizo una tesina (diplôme de Maîtrise) sobre su famosa abuela el año 1996 titulada "Marga d´Andurain (1893-1948) une Occidentale d´avant-garde en Orient". Actualmente es profesora de historia en la Universidad de la Sorbona, en París y especialista en historia del Mundo árabe contemporáneo.

lunes, 4 de mayo de 2009

Los misterios de Agatha Christie.

Para terminar con esta trilogía femenina voy a contaros algo sobre Agatha Christie, seguro que todos la conocéis de sobra como la autora de la mítica obra “Asesinato en el Orient Express”, que fue llevada a la gran pantalla y con la que Ingrid Bergman ganaría un Oscar.

Christie publicó más de ochenta novelas y obras de teatro, principalmente del tipo de la habitación cerrada y de argumentos donde interviene uno de sus personajes principales, Hércules Poirot y Miss Marple.

Varios de sus libros han sido publicados a título póstumo, entre ellos su autobiografía.

Además de ser escritora detectivesca, Agatha Christie escribió seis novelas románticas bajo el pseudónimo de Mary Westmacott, algunas obras teatrales y un libro de poemas.
Cuando leí sobre ella en el libro de Cristina Morató (Las damas de Oriente), comencé a atar cabos. Primero me sorprendí cuando descubrí que una de sus mayores pasiones fue Oriente y luego comencé a relacionar algunos de los títulos de sus obras con esa gran pasión. Títulos como “Muerte en Mesopotamia”, “Intriga en Bagdad” o “Muerte en el Nilo” son algunas de las obras de Christie que nos muestran su conocimiento sobre este territorio, sus sueños sobre una cultura de cuento de las Mil y una noches.

Tenía 40 años cuando descubrió la que sería una de sus grandes pasiones, la arqueología y un escenario, Oriente Próximo, donde pasaría “los años más felices e intensos de mi vida”.
Tras la muerte de su madre y el divorcio de su primer marido, decidió viajar a unas excavaciones arqueológicas a Bagdad.
Para ello subió al legendario Orient Express, rumbo a Damasco.

En su segundo viaje a Damasco, Agatha visitó las ruinas de Ur, situadas cerca de esta majestuosa capital. Allí conocería a Max Mallowan, un arqueólogo 14 años menor que ella y con el que acabaría contrayendo matrimonio unos meses después. Por supuesto sus más íntimos se negaban a esta unión, poco habitual en aquella época, por la diferencia de edad. Sus amigos se equivocaban por completo ya que su relación, llena de complicidad, humor y aventuras, duraría 45 años. De la mano de Max se sumergiría en el fascinante mundo de la arqueología pasando largas temporadas en Egipto y Mesopotamia.

Agatha era valiente, no le importaba dormir en una tienda, la escasez de agua o que en su saco de dormir apareciera de vez en cuando algún que otro alacrán.
Agatha comenzó a escribir su autobiografía en el yacimiento de Nimrud, al norte de Irak, cuando tenía 60 años. Allí se instaló en abril de 1950 mientras su marido trabajaba, pero cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, Agatha se encontraba en Inglaterra separada de su esposo que estaba en Egipto. Para él la guerra no sería tan angustiosa como para su esposa. Estuvieron tres años separados, unos años muy duros repletos de privaciones y problemas económicos.
Pero ni siquiera esos atropellados tiempos limitarían la actividad de esta magnifica escritora. Durante aquellos años escribiría teatro adaptando alguna de sus famosas obras al parquet de madera como hizo con su novela “Diez negritos”.

Agatha Christie tenía 55 años cuando acabó la Guerra. Max y ella volverían a verse tras una larga separación. Él fue colmado de elogios por su trabajo y de reconocimiento por su labor en Siria, una vida de adquisición de conocimientos de su verdadera pasión, la arqueología.
Más tarde volverían ambos a los yacimientos de Nirmud. Agatha pediría permiso a las autoridades iraquíes y británicas para tener una habitación anexa a los barracones de la excavación para poder usarla como despacho y darle rienda suelta a su imaginación situando a la señorita Marple en el ambiente que tanto inspiraba a la escritora.

En 1961 fue nombrada miembro de la Real Sociedad de Literatura y doctora Honoris Causa en Letras por la Universidad de Exeter.

En 1971 se le concedió el título de Dama del Imperio Británico (Dame), un título de nobleza que en aquellos días se concedía con poca frecuencia.

Agatha Christie murió por causas naturales el 12 de enero de 1976, a la edad de 85 años, no sin antes dejarnos un legado de aventuras y misterios y una espléndida autobiografía que se publicaría tras su muerte según los deseos de esta tenaz escritora.

Y para finalizar con esta trilogía de mujeres en Oriente me gustaría transcribir un texto que aparece en la última página de la autobiografía de Agatha, y dice lo siguiente:

“Caminar por una alfombra de flores hasta el santuario de los Yezidis en Sheik Adi… la belleza de las mezquitas de amplios tejados de Isfahan: una ciudad de cuento de hadas… un atardecer rojo en nuestra casa de Nirmud… bajar del tren en las Puertas Cílicias en la quietud del anochecer…”

Autobiografía, Agatha Christie, Ed Planeta, (536 pags)
Las Damas de Oriente, Critina Morató, Ed. Plaza y Janés, 2005.

Fotografías: (1º.- Sheik Adi, 2º.- Mezquita de Isfahan, 3º.- Max y Agatha en Nirmud)

miércoles, 15 de abril de 2009

Viajando por tierras de Asia





"Todos los caminos están abiertos" es un libro pequeño, muy bien editado, compuesto de una selección de textos de Annemarie Schwarzenbach, que redactó para distintos periódicos.
Annemarie Schwarzenbach era una chica de buena familia suiza. De una gran personalidad, ambigua y atormentada, fue denominada por Thomas Mann "el ángel devastado". Además de doctora en historia, fue arqueóloga, reportera y una viajera inconsolable, como ha sido también definida. Llevó a cabo innumerables viajes por Ásia, África, Europa y Estados Unidos entre 1934 y 1941. La mayoría de sus viajes los hizo en coche con amigas fotógrafas o escritoras. Después de tantos viajes por todo lo ancho y largo del mundo, murió en un accidente de bicicleta en su país, a los 34 años.





El viaje a Afganistán que nos ocupa lo llevó a cabo con Ella Maillart, autora de libros de viaje nacida en Ginebra. Entonces su salud no era muy buena, ya que acababa de salir de un tratamiento de desintoxicación de morfina de varios meses. Su medio de transporte fue un Ford de lujo, regalo del padre de Annemarie, que cargaron de máquina de escribir, cámaras fotográficas, filmadoras y gran número de rollos. Salieron en junio del 39 desde Ginebra, pero dejemos a ella relatar su extensísimo recorrido:





“Estaba acostumbrada a contar cada kilómetro y a ganar cada palmo de tierra, desde el paso de Simplón y las llanuras italianas, las colinas de Yugoslavia, los bancos del Danubio y los campos de rosas de Bulgaria hasta las relucientes puertas, torres y gentes de Estambul; desde el mar Negro y las idílicas riberas de Trebisonda hasta el pie del Ararat, que emerge solitario entre las nubes de Anatolia; desde la pequeña ciudad de Maku, enclavada entre peñascos, hasta las montañas azules de Tabriz y las cumbres del Damavand, eternamente coronadas de nieve; desde las calurosas depresiones del mar Caspio, envueltas en una febril calima, hasta la solitaria tumba de los mongoles a orillas de la estepa turkmena –y siempre hacia delante, hasta la catedral dorada de la ciudad santa de Meshed, hasta la frontera desértica entre Persia y Afganistán, hasta los minaretes inmortales de la Musallah a las puertas de Herat, hasta el Murghab que se pierde en la arena a la altura de Merv, hasta la rivera del Oxus y las desoladas planicies del Turquestán, azotadas por los vientos, hasta las estrechas gargantas y los maravillosos pasos del Hindu Kush, hasta Kabul y Ghazni, hasta el Khaybar, la puerta de la India-…”, pp. 139-.



Musallah de Herat (Afganistán)


Monte Ararat (Anatolia), el más alto de Turquía


Mapa de Afganistán



Las montañas del Hindu Kush (centro y nordeste de Afganistan), extremo oeste del Himalaya


De este bello fragmento han tomado el título del libro:

“En el paso de Khaybar, unos funcionarios de aduana ingleses me pidieron mi documentación: “¿Cuándo atravesó por última vez esta frontera?” Me costó mucho hacerles entender que nunca había atravesado esa frontera, que nunca la había visto. ¿De dónde te trae el camino, forastera?
Se sorprendieron un poco. De Persia, del Turquestán… Ciertamente, todos los caminos están abiertos, y no llevan a ninguna parte, a ninguna parte.”, p. 137.




El libro sobre todo describe paisajes pero hay algunos fragmentos en los que se refiere a los afganos. Destacamos el siguiente:

Hasta el momento, Ella [Maillart] y yo solo habíamos podido mantener conversaciones teóricas sobre las mujeres de Afganistán. En las varias semanas que llevábamos recorriendo este país de estricta observancia musulmana, habíamos trabado amistad con campesinos, funcionarios municipales, soldados, comerciantes del bazar y gobernadores de provincia; en todas partes habíamos constatado la hospitalidad de la gente y empezábamos a encariñarnos con este pueblo masculino, alegre e incorrupto. En la esplendorosa ciudad de Herat habíamos asistido a las competiciones de esgrima y a la plegaria comunitaria de los jóvenes que al atardecer se congregaban en un prado ante la puerta de la villa. Por el camino, cuando nos deteníamos a descansar tras recorrer largos tramos sin sombra, sencillos campesinos solían unírsenos y compartir con nosotras sus melones. Nunca tuvimos necesidad de montar las tiendas ni de prepararnos la sopa. En los pueblos, el alcalde nos daba la bienvenida y nos convidaba a té y uvas. Al atardecer nos llevaban a hermosos jardines, donde atentos criados servían el pilaf, el plato de arroz típico, y mientras comíamos acudía el anfitrión acompañado de su comitiva a visitarnos y, a menudo, mantenía largas y minuciosas conversaciones con nosotras.
Sin embargo, teníamos la sensación de estar en un país sin mujeres…., pp. 69-70.



Terminaremos con otro pasaje en el que queda patente "su admiración" por los ingleses:

¡Dos mujeres viajando solas! “¿Cómo pudieron viajar? ¿Cómo consiguieron víveres?¿Dónde durmieron?¿No les ocurrió nunca nada desagradable?”
Desde que atravesamos el famoso paso de Khaybar y llegamos a los guarnecidos asentamientos ingleses en la India, siempre nos hacen las mismas preguntas. Y si hemos de responder conforme a la verdad, diremos: “Entre nuestros amigos afganos nos sentimos tan seguras como en el seno de Abraham.” Suscitamos entonces la sonrisa escéptica de algún inglés o la mezcla de admiración e indulgencia de aquellos que nunca han viajado más que llevando consigo su lunch frío preparado cuidadosamente en la tiffinbox, con una docena de botellas de cerveza helada y contando, además del chofer, con un boy que por la noche les prepara el baño y les plancha la camisa del esmoquin…Y sin embargo, nosotras, dos mujeres solas, sin boy, chófer ni tan siquiera gentleman, lo recorrimos. No íbamos provistas de cervezas heladas ni de armas de fuego, no entendíamos más que unas cuantas palabras de persa y tampoco habíamos querido llevar intérprete… , p. 113-4.

Annemarie Schwarzenbach, Todos los caminos están abiertos, trad. María Esperanza Romero, posfacio de Roger Perret, editorial minúscula, Barcelona, 2008.

Otras obras suyas o sobre ella:
Muerte en Persia, Annemarie Schwarzenbach, Minúscula, Barcelona, 2003.

Ella, tan amada, Melania G. Mazzuco (biografía novelada de Annemarie), Anagrama, 2006, trad. J. González Rovira.

"Una aproximación al Oriente de Annemarie Schwarzenbach", Patricia Almarcegui, Quaderns de la Mediterrànea, nº9, 2008, pp. 421-425.
Annemarie Schwarzenbach, Dominique Grente/Nicole Müler, Barcelona, Circe, 1991, 248, pp.



Imágenes: 1)Encuentro, 2)Annemarie fotógrafa, 3) Annemarie, gran conductora, 4)Annemarie y Ella, 5) Musallah de Herat, 6)El monte Ararat, 7)Mapa de Afganistán, 8) Hindu Kush, 9)Mapa de la zona del mar Caspio, 10) Bamiyan (Afganistán) 1939-1940.

lunes, 23 de marzo de 2009

Gertrude Bell. La reina del desierto.

Hola de nuevo a las y los lectores de ARABOISLÁMICA. Como ya sabréis teníamos pendiente la segunda entrega de las Damas de Oriente. Para informaros a los que no sepáis muy bien de lo que estoy hablando, este post pertenece a la segunda parte de una especie de trilogía sobre las andanzas femeninas por Oriente.
Las protagonistas de esta trilogía son Lady Mary Montagu, Agatha Chistrie y la mujer de la que vamos a hablar seguidamente, Gertrude Bell.

Me resulta difícil definir a esta dama en unas pocas líneas, así que lo mejor será empezar relatando una escena que transcurre en uno de sus viajes más importantes a Oriente:

“La señorita Bell aparecía subida a lomos de un camello luciendo uno de sus inconfundibles sombreros de plumas y posando orgullosa frente a la imponente figura de la esfinge de Gizeh. A su lado se encuentra su amigo Lawrence de Arabia y Churchill, que trata de mantener el equilibrio sobre su camello.”

A la edad de 53 años ya era la mayor especialista en la compleja política de la región Mesopotámica actualmente conocida como Irak. La llamaban la “Lawrence de Arabia femenina”.
Gertrude fue una especie de heroína de su tiempo, no solo porque sus hazañas en Oriente ayudaran a dibujar las fronteras y establecer una política en una región tan importante como Irak, sino porque fue capaz de mantener ese típico comportamiento inglés protocolario en un área donde el papel de la mujer era radicalmente pasivo en política y opinión.
Para que os hagáis una idea de lo que hablo os voy a contar algo. En una ocasión el jefe supremo de la tribu de los Anazeh dijo refiriéndose a ella:

“Hermanos, habéis oído lo que esta mujer tiene que decirnos. Es solo una mujer pero es fuerte y poderosa. Todos sabemos que Alá hizo a la mujer inferior al hombre, pero si las mujeres de los ingleses son como ella, los hombres deben ser como leones en fuerza y valor.”

Este viaje le serviría, entre otras cosas, para ganar la medalla de oro de la Royal Geographic Society en su regreso al Reino Unido.

Sólo faltaban dos meses para que estallara la primera Guerra Mundial y de nuevo la vida de Gertrude daría un giro inesperado. En un momento en que tras la desintegración del Imperio Otomano las potencias europeas se preparaban para repartirse las riquezas de Oriente Medio, los amplios conocimientos que esta inglesa tenía de la región, serían de un valor inestimable para el gobierno británico. Nadie conocía la zona como ella y los principales jeques del lugar la conocían y respetaban, apodándola “la reina del desierto”. Un año después de que estallara la Guerra la señorita Bell volvería a Oriente convirtiéndose en la única mujer del ejército británico con un cargo político, Gertrud tenía entonces 48 años.

Por supuesto el hecho de ser mujer limitaba los movimientos de la dama, ella misma decía:

“Siendo una mujer, al diablo con mi sexo, una puede hacer poco más que tomar notas (…) es poca cosa comparado con lo que supone participar activamente, entrar en acción”

Más tarde conocería al rey Faysal de la mano de Lawrence de Arabia y tras terminar la Primera Guerra Mundial el trabajo de Gertrud adquirió una dimensión que jamás hubiera imaginado. Sus superiores le encargaron que estableciera las fronteras del nuevo Irak. Durante días se encerró en su despacho lleno de mapas y documentos para realizar tan importante tarea:

“A veces me siento como el Creador a mediados de semana. Sin duda se preguntaría cómo deberían ser las cosas, igual que hago yo”.

Una mujer que marco una época y un territorio, una mujer con poder en tierra de hombres, una coqueta dama y experta amazona que encandiló tanto a jefes tribales como a todo un poderoso imperio.

Desde Araboislámica os recomendamos una lectura profunda de su vida y hazañas.

Las Damas de Oriente. Cristina Morató. Ed. Plaza y Janés, Barcelona 2005.
La reina del desierto. La vida de Gertrude Bell, aventurera, asesora de reyes y consejera de Lawrence de Arabia.
Janet Wallach, Madrid, 2000
.

martes, 17 de febrero de 2009


El teatro parisino visto por al-Tahtawi.


La Ópera de París

“Los parisinos tienen lugares llamados teatros y espectáculos [al-Tiyātrū] y [al-Sibiktākul], donde presentan imitación de todo lo que pasa y sucede en la vida real. Desde luego, estas obras teatrales[1] son verdades en forma de broma, pero el hombre aprende de ella lecciones admirables. En estas funciones teatrales, el hombre ve las buenas acciones y las malas; presencia el elogio de las primeras y la reprobación de las segundas. Los franceses comentan que el teatro educa y corrige las costumbres. De hecho, además de hacer reír a la gente, en muchas ocasiones les hace llorar. Sobre el telón que cae al fin de la función, se lee una inscripción latina que significa en árabe: “las costumbres pueden mejorarse gracias a la comedia”.

Un teatro es como una casa muy grande, coronada por una gran cúpula. Tiene varios pisos; cada piso se compone de pequeñas habitaciones ubicadas alrededor de la cúpula. De un lado de la casa, se encuentra una gran tarima, a la cual dan todas las habitaciones, de tal modo que todo lo que ocurre allí es visible para todos los que se encuentran dentro de la casa. En el centro se encuentra una gran lámpara que ilumina todo el teatro. Por debajo de esta gran tarima, hay un lugar habilitado para los músicos. La tarima está comunicada con galerías donde se encuentran los instrumentos que utilizan en las presentaciones, así como los hombres y mujeres que intervienen y aparecen sobre esta tarima. Al escenario, le dan la forma según la necesidad de la obra que se presenta. Por ejemplo, si quieren imitar a un sultán, en sus diversas acciones, transforman el lugar en un serrallo, las personas se visten igual que el personaje, recitan sus poemas, etc. Durante los preparativos, bajan el telón para impedir a los espectadores ver la preparación de la función. Levantan el telón y comienzan la obra teatral. Las mujeres y hombres que actúan se parecen a las (Awālim)[2] en Egipto. En París, son gente de gran mérito, elocuentes, y a veces son autores de muchas obras literarias y poesías[3]. Si oyeras todo lo que dicen aquellos actores y como lo dicen de memoria, si vieras sus expresiones y gestos, si siguieras sus réplicas irónicas y moralizantes, te quedarías totalmente asombrado.


Al-Tahtawi se refería con (Awālim) a las bailarinas


Una de las maravillas de estas obras teatrales es que, durante la función, plantean problemas y cuestiones científicas muy extraordinarias. Incluso les tomarías por ulemas. Los niños que participan en las funciones, citan argumentos brillantes obtenidos de las ciencias naturales, etc.

Comienzan las funciones con algo de música. El título de la obra que se presenta, lo escriben sobre un papel fijado en las paredes de la ciudad, y es publicado en las hojas diarias “los periódicos”, para que todo el mundo esté al tanto. Por la noche, presentan varias funciones; al final de cada una de ellas, bajan el telón. Si quieren por ejemplo presentar al Sha de Persia, visten a un actor con un traje como el del rey de los persas, lo hacen sentar sobre un trono, etc. En estos espectáculos, representan todo lo que existió y existe, incluso a Moisés - ¡sobre él sea la salvación! – dividiendo el mar. Allí, reproducen la imagen del mar y lo hacen ondular para que se le parezca perfectamente. Una noche vi acabar un espectáculo con la creación de un sol que giraba e iluminaba todo el teatro, de tal modo que la luz de aquel sol superaba con creces a las luces de las lámparas, incluso pensamos que ya era de día. Tienen muchas cosas todavía más extrañas.

En resumen, el teatro en este país es como una escuela pública, donde aprende el sabio y el ignorante.

Ópera Granier


La sala de espectáculos más grandiosa de la ciudad de París es la que llaman la Ópera.[4] En ella encontrarás los mejores instrumentistas, bailarines y cantantes. Todos siguen las señales de una persona como si fueran sordos-mudos, ¡que cosa tan admirable!

Teatro de la Ópera Cómica (Salle Favart)

Hay otras salas de teatro más pequeñas, donde ofrecen otro tipo de obras teatrales como el Teatro de la Ópera Cómica[5], donde cantan de forma divertida y alegre, así como el Teatro Italiano, donde se escucha a músicos eminentes y cantos versificado en italiano. Aparte de estas dos salas, en París se encuentran más salas de teatro pero más pequeñas.

Además, existen otras salas de espectáculo, en las cuales ofrecen exhibiciones de baile de caballos, elefantes, etc. La sala más famosa de todas, se llama el Teatro Franconi[6] donde se encuentra un extraordinario elefante, al que le han enseñado hacer cosas muy extrañas. Hay otro teatro muy importante llamado el Teatro Conde [Tiatro al-Comt], que está destinado a la diversión de los niños, a la manera del prestidigitador [al-Hawy] en Egipto. En estos teatros abundan la charlatanería, la magia, etc.

Teatro Franconi (Le Cirque Olympique )

Si no fuera porque los teatros en Francia ocultan varias sugerencias diabólicas, habrían sido las mejores instituciones por su gran valor educativo. Los actores, evitan todo impudor susceptible de provocar seducción. Por lo que la diferencia entre ellos y las (Awālim) o los cantantes en Egipto es enorme.

No conozco ninguna palabra en árabe que se pueda utilizar para definir el “espectáculo” o “teatro”, pero la palabra “espectáculo” quiere decir escena o diversión, o algo de este género, y la palabra “teatro”, tenía al principio un sentido análogo, más tarde se escogió para el teatro, así como el lugar donde se efectúa. Lo que más se parece al teatro es el teatro de sombras, incluso podría ser uno de sus géneros; es conocido entre los turcos con el nombre de [Kamadba] “comedia”; este último nombre es demasiado restringido, a menos que se extienda su significado. No hay inconveniente en traducir la palabra “teatro” o la palabra “espectáculo” por la palabra “imaginario” ampliando el sentido de la misma”.
[1] El autor utiliza la palabra juegos para referirse a las obras teatrales. Esto debe ser porque en francés jugar “jouer” también se usa para actuar en una función.
[2] Es una palabra utilizada en Egipto para distinguir a las mujeres que cantan y bailan en las fiestas.
[3] El autor compara a los actores con las (Awālim), para acercar al lector al verdadero papel que juegan los actores, pero, más tarde, se da cuenta que las (Awālim), son mujeres de muy baja clase y están relacionadas frecuentemente con la prostitución, por lo que aclara la posición social de los actores en la sociedad francesa.
[4] Transcrito del francés.
[5] Transcrito del francés “Opéra Comique”, en la actualidad se llama “Le théâtre national de l’Opéra-Comique”.
[6] Transcrito del francés. También conocido como el Circo Olímpico “Cirque Olympique”.

viernes, 6 de febrero de 2009

Mary Montagu. Una inglesa en el harén.

Hace tiempo que estaba interesada en escribir un post sobre las hazañas femeninas por Oriente.

En un mundo donde los poderes públicos están ocupados por personajes masculinos, a veces ciertas féminas brillan tanto que es imposible pasar por la historia sin percatarnos de su presencia.
Nuestras protagonistas en este caso, se fascinaron por una tierra que para muchos, en estos días, representa el patriarcado más despiadado. Oriente fue la pasión de estas damas, lo estudiaron, lo recorrieron y lo fotografiaron, incluso llegaron a modelar sus fronteras. Mujeres viajeras e intrépidas que infiltradas en las altas esferas del poder masculino, demostraron la indiscutible importancia de esa perspectiva tan olvidada y acallada por todos, la perspectiva femenina de la historia, un punto de vista al que no estamos muy acostumbrados.

Nuestra primera dama nació en 1689 y fue una aristócrata, viajera y escritora británica. Su nombre es Mary Montagu y fue la primera mujer occidental en acceder a los harenes otomanos. En este caso, el hecho de ser mujer le abría una puerta inaccesible para el género dominante y, gracias a esta privilegiada circunstancia, podemos disfrutar del relato de sus experiencias, que constituyen importantes documentos históricos y sociológicos.

Lady Mary mantuvo una apasionada correspondencia con familiares y un grupo de amigos selectos en la que les contaba, con todo lujo de detalles, los secretos de los harenes otomanos. Sus cartas fueron publicadas tras su muerte e inspiraron a artistas de la talla de Ingres y Voltaire.
Esta inglesa del siglo XVIII fue una ardiente feminista que reflexionó sobre la hipocresía socio-religiosa de Occidente y no tuvo pelos en la lengua para afirmar que las damas turcas de los harenes le parecían más libres que las inglesas y que el Islam no era sensiblemente distinto al Cristianismo.

Es curioso que la mayor aportación de esta mujer sea, a su vez, la menos reconocida. Sería la primera en llevar a Inglaterra una vacuna para la viruela, un antiguo método de inoculación utilizado por los doctores árabes del siglo VI, aunque esta vez el androcéntrico universo colmaría de gloria a un varón, el médico Edward Jenner por el descubrimiento “oficial” de esta vacuna en 1796.

Mary Montagu se embarcó en un viaje tan apasionante como peligroso, acompañando a su marido Edward Wortley, un parlamentario inglés que viajaría a Oriente como mediador internacional. Después de este primer viaje hizo otros, pero no fueron tan determinantes. Durante la travesía de este viaje estuvieron a punto de morir en el embravecido mar que los arrastraba a tierras otomanas.

Acostumbrada a vivir en las confortables y lujosas mansiones de Inglaterra, nunca se lamentó de las precariedades de su viaje y consiguió por ello vivir las dos caras del mundo otomano, una refinada cultura tras la Sublime Puerta custodiada por temibles jenízaros. Tras esa peligrosa puerta conoció, charló y amenizó las noches del efendi Ahmed Bay.

Más tarde esta brillante escritora decidiría investigar los baños turcos o hammam, algo que la fascinó. En una de sus cartas nos habla de los detalles de estos baños: un edificio en forma de cúpula, paredes de mármol blanco y doscientas mujeres desnudas que se dedicaban a cuidar su cuerpo y divertirse. Estas magníficas descripciones servirían de inspiración de varios autores literarios románticos. En otra de sus cartas nos cuenta una anécdota que personalmente, me parece muy divertida e irónica a su vez. Se desarrolla dentro del hamman cuando una tímida Mary Montagu se presentaba vestida de amazona en este espacio privado femenino. Las damas turcas sentían la misma curiosidad por los atuendos de la aristócrata que ésta por la desnudez desenfadad de las musulmanas. Una de ellas le insistió para que Mary le enseñara su corsé de ballenas.
“La dama que parecía de más alcurnia de todas ellas me suplicó que me sentara a su lado y de buen grado me hubiera desnudado ella misma para el baño. Me excusé con cierta dificultad pero tanto empeño pusieron en disuadirme que al final me vi obligada a desabrocharme la camisa y mostrarles las ballenas, algo que las satisfizo mucho, pues me percaté de que creyeron que me encontraba encerrada de tal modo en aquella máquina que no estaba en mi poder abrirla, y atribuyeron la idea de tal artilugio a mi marido”.

Esta intrépida aventurera es la primera de una serie de mujeres que apostaron el conocimiento y la transgresión femenina, en un espacio y época donde ser una dama limitaba enormemente el radio de acción e influencia social. En este caso todas ellas tienen una pasión en común: un área geográfica, plena de misterio y exotismo para la mentalidad de entonces, que cautivó a estas mujeres convirtiéndolas en las “Damas de Oriente”.

LAS DAMAS DE ORIENTE, Cristina Morató. Ed: Plaza y Janés, Barcelona 2005. (Pags. 25/66)

lunes, 2 de febrero de 2009

"Maravillas" العجائب (aŷā’ib)

Los nómadas de la Península Arábiga siempre tuvieron interés por los lugares que recorrían y ya en aquel entonces, los viajeros hablaban de las cosas extraordinarias, las maravillas que habían visto en su camino: ruinas extrañas, espejismos, a los que daban una explicación más o menos fabulosa, se trataba de contar lo «maravilloso» que habían encontrado en su vagar por tierras extranjeras, hecho que dará lugar a la creación de un género literario llamado aŷā’ib (عجائب), es decir, «maravillas».

Uno de los autores más importantes de estas maravillas es un andalusí, Abū Hāmid al-Garnātī (m. 1170). Entre sus aŷā’ib, encontramos la Descripción del Faro de Alejandría, que el autor granadino se encontró a su paso por Egipto:


"Lo mandó edificar el Bicorne -sobre él sea la paz-. Tenía una altura de unos 300 codos y su base, cuadrada, estaba construida con piedra tallada. Sobre esta base se levantaba un segundo cuerpo octogonal, de ladrillo cocido, y sobre éste otro redondo, de bloques de piedra labrada, cada uno de los cuales pesaba más de 200 mann. Sobre este último cuerpo se instaló un espejo de hierro de China, de siete codos de longitud, en el que se reflejaba todo lo que llegaba por mar, procedente de Bizancio. Cuando se trataba de navíos enemigos, los dejaban acercarse a Alejandría y, cuando el sol comenzaba a declinar, los veían reflejados en el espejo, que estaba vuelto hacia ellos. Los barcos, confiados, se aproximaban hasta que la luz del sol incidía en el espejo, caía sobre ellos y los incendiaba, mientras aún estaban en el mar, pereciendo todos sus tripulantes. Algunos solían pagar un tributo, para evitar la catástrofe […]”.

RAMOS, Ana: El Regalo de los Espíritus, Fuentes Arábico-Hispanas, Madrid, 1990, (145 págs.)

lunes, 29 de diciembre de 2008

Rifaa Rafi al-Tahtawi


Rifaa Rafi al-Tahtawi

El año en que la expedición francesa capitaneada por Napoleón Bonaparte partió de Egipto y, según dicen, el día mismo de la partida de los franceses, el 14 de octubre de 1801, nacía el padre del pensamiento árabe moderno y el fundador del renacimiento cultural (Nahda) de Egipto y el Mundo Islámico, en el más amplio sentido del término: Rifaa Rafi Al-Tahtawi. Rifaa nació y pasó su infancia en Tahta, una pequeña aldea situada en el Alto de Egipto y allí comenzó sus estudios. En el año 1817, con dieciséis años, y después de la muerte de su padre, se trasladó a El Cairo para estudiar en la prestigiosa universidad de al-Azhar. Allí estudió, como el resto de los estudiantes de aquella época, las ciencias religiosas, la lengua y la literatura, pero lo hizo bajo la dirección de un maestro revolucionario que ejerció una considerable influencia en su orientación y al que debió gran parte de su formación: el imán al-Sheij Hassan al-Attar.



La mezquita de al-Azhar, imagen tomada en el siglo XIX.

Al-Attar consiguió convencer a Muhammad Ali, gobernador de Egipto, de que nombrara a Rifaa Imán en el ejército. Posteriormente, en el año 1826, cuando Muhammad Ali decidió enviar una misión de estudiantes para que se instruyesen en París, al-Attar le sugirió a Muhammad Ali que hiciera acompañar aquella misión por un imán para guiara a los estudiantes egipcios en esa ciudad tumultuosa, y que encomendara esa tarea a Rifaa.

Muhammad Ali

Al-Tahtawi se consagra al estudio de las ciencias que integraban el programa de los miembros de la misión con más entusiasmo que los propios estudiantes. Empezó por perfeccionar sus conocimientos de francés, lo que le permitió estudiar historia, geografía y literatura. Por su aplicación, atrajo la atención del profesor Jomard el director francés de la misión, el cual le cobró afecto, lo alentó y se propuso hacer de él un traductor para que vertiera al árabe los conocimientos que necesitaba Egipto en el terreno de las ciencias militares, la ingeniería, las ciencias naturales y la química. Estudió, pues, todas estas ciencias, y también filosofía y sociología, pero lo que aumentó sus conocimientos y desarrolló su personalidad fue que no se contentó con estudiar sino que al mismo tiempo observaba todo lo que ocurría a su alrededor para comprender todos los aspectos de la organización de la vida en Francia. Todas sus observaciones las anotó en un libro que publicó en 1834 bajo el tituló de “Tajliî al-Ibriz Fi Taljiî Bariz” o “Al-Diwan al-Nafis Bi iwan París” que su traducción al castellano sería “Extracción del oro puro en el conocimiento de París” o “El precioso diván para dar a conocer el trono de París”.


Tajliî al-Ibriz Fi Taljiî Bariz


Al-Tahtawi, antes de viajar a París, había escuchado a su maestro, el imán Hassan al-Attar, y otros referirse al adelanto de los franceses en materia de ciencias y técnicas así como a las maravillas de sus museos y sus observatorios, que daban prueba de su dedicación en las disciplinas de la botánica, la zoología, la astronomía, etc.

Jean Béraud

Le Boulevard St Denis, París siglo XIX

Al-Tahtawi fue a París como Imán de una misión enviada a Francia por un gobernador ambicioso, para estudiar las diversas ramas de la administración, las artes y las ciencias. Como tal, no tenía por qué informarse del estado de las ciencias y de la forma de organización de los franceses: le habría bastado con cumplir su función de imán con los miembros de la misión prodigándoles consejos y exhortaciones. Sin embargo, fue el que más destacó de toda la misión. Al-Tahtawi reconoce en la introducción de su libro citado anteriormente, las recomendaciones que le habían hecho antes del viaje y a las que en efecto se atuvo: “Me recomendaron observar con atención todo lo que viera y encontrara de curioso durante este viaje, y consignarlo de modo que sirviera para revelar el rostro de aquella tierra que dicen, que es muy hermosa, como si fuera una novia en su noche de bodas; con el fin de ofrecer una guía a los que han de viajar a aquel país”.

Les Grands Boulevards, París siglo XIX

Al-Tahtawi revela su intención de instruirse en occidente “debo estudiar las ciencias, las técnicas y las artes extranjeras, cuya perfección entre los europeos está demostrada y es notoria, puesto que conviene inclinarse ante la verdad”. Dice además: “Los países musulmanes se han destacado en las ciencias jurídico-religiosas y su aplicación, así como en las ciencias racionales, descuidando las ciencias políticas en su conjunto. Necesitan, pues, a los países occidentales para adquirir lo que no tienen”.

Al-Tahtawi expresa esta incitación a instruirse en Occidente, con una exhortación atribuida al Profeta: “Buscad la ciencia, incluso en la China” y dice: “No hay inconveniente en viajar a los lugares donde la integridad de la religión está garantizada, sobre todo con un objetivo tan loable como éste”.

La Modiste sur les Champs Elysées, París siglo XIX

Manifiesta su un sentimiento de celo y reconoce la superioridad de Europa “¡Por Dios! Durante mi estancia en aquel país, sentí tristeza, al verlo gozar de todas estas maravillas, mientras que los territorios del Islam están privados de todo aquello”.
Rifaa después de haber estado cinco años en París, volvió a Egipto en 1831, pletórico de ideas, deseos y esperanzas de evolución y renovación.
Fundó y dirigió en el año 1835 la Escuela de Traducción que, posteriormente, pasó a llamarse Escuela de Lenguas (Madrasat al-Alsun).
Escribió 14 libros, tradujo del francés al árabe 27 y dirigió la traducción de numerosos libros.
Aquí citamos algunas de sus obras más importantes:
Libros:
- “Tajliî al-Ibriz Fi Taljiî Bariz” publicado en 1835 y escrito durante su estancia en Francia.
- “Al-Murshid al-Amin fi Tarbiyyat al-Banat wa al-Banin” (Guía honrada para la educación de chicas y chicos) publicado en 1873, reúne los principales preceptos de Tahtawi sobre educación.
- “Manahig al-Albab al-Misriyya fi Mabahig al-Adab al-Asriyya” (La metodología de las mentes egipcias con respecto a las maravillas de las artes contemporáneas), publicado en 1869.
- “Qasida wataniyya misriyya” (Poemas patrióticos egipcios) escritos para honrar al jedive Said y publicados en 1855.
- “Gumal al-Agrumiyya” (Oraciones Gramaticales) publicado en 1863.
- “Anwar tawfiq al-galil fi ajbar Misr wa tawtiq bani Ismail”, La Historia de Egipto, publicado en 1868 y que abarca la historia desde el Antiguo Egipto hasta el principio del Islam.
- "Al-Tuhfa al-Maktabiyya li-Taqrib al-Lughat al-Arabiyya” (Regalo a las escuelas para la comprensión de la lengua árabe) publicado en 1869, es el primer manual moderno de gramática árabe.
- “Nihayat al-Igaz fi sirat sakin al-Higaz”, publicado en 1876.
Traducciones:
- “Geografía a pequeña escala” publicado en 1830.
- “Metales útiles” publicado en 1832.
- “Filósofos de la Antigüedad” publicado en 1836.
- “Historia de los antiguos Egipcios” publicado en 1838.
- “Lógica” publicado en 1838.
- “Principios de Ingeniería” publicado en 1854.
- “Arabización del código civil francesa” publicado en 1866.
- “Los metales y su uso” publicado en 1867.

Expondremos más adelante varios fragmentos traducidos al castellano de su conocido libro “Tajliî al-Ibriz Fi Taljiî Bariz”.

sábado, 27 de diciembre de 2008

ALEPO

“La ciudad es tan vieja como la eternidad y, sin embargo, joven, aunque nunca dejó de existir. Muchos fueron sus días y noches; esta ciudad ha sobrevivido a sus caudillos y a sus habitantes. Las casas y las moradas todavía están ahí; pero ¿dónde está su antigua población y aquéllos que llegaron a esta ciudad? Éstos son los palacios y sus patios, pero ¿dónde están los príncipes hamdaníes y sus poetas? Todos has desaparecido ya, y sin embargo esta ciudad todavía está viva. ¡La ciudad de los milagros! Una ciudad que perdura en el tiempo y sin embargo sus reyes se marchan, desaparecen, aunque su destrucción todavía no ha sido ordenada…”


Ibn Yubair, viajero andaluz que visitó Alepo en 1184, empieza su descripción de la ciudad, como la mayoría de las introducciones a la historia de Alepo, con una alusión a su antigüedad. Según relata este autor, Abraham pasó por Alepo en su viaje de Ur a Tierra Santa; allí debió de ordeñar su rebaño en la colina, hoy en día coronada por la ciudadela, para más tarde repartir la leche como limosna. La leyenda dice que el nombre de la cuidad se debe a la visita del profeta. El nombre árabe de la ciudad, حلب (Halab) se interpreta popularmente como una derivación lingüística de la palabra leche en árabe حليب (halib). Varios lugares sagrados de la ciudad se relacionan hasta hoy con la visita del profeta, como es el caso de la pequeña mezquita de la ciudadela, en la que durante largo tiempo se guardó el peñasco en el que supuestamente estuvo sentado Abraham.

Por Julia Gonnella, dentro del libro Islam. Arte y Arquitectura, editado por Markus Hattsein y Meter Delius. 2004, editorial H.F.ullmann (pág.174)

Visitas

Avisos Clasificados Buenos AiresTurismo OnlineAvisos Clasificados Gratis en Brasil