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viernes, 22 de mayo de 2009
El Jardín maravilloso III [final]
Le atrapó un sueño: misteriosamente, desde algún sitio desconocido, una maravillosa ave llegó volando y se posó en su pecho. De repente, el pájaro comenzó a cantar con una voz prodigiosa:
- ¡Oh, buen muchacho! ¡Olvida, olvida tus penas! Los pájaros libres no pueden devolverte el oro, pero te recompensarán por tu misericordia. Despierta rápido y verás algo que secará del todo tus lágrimas.
Tras esto el ave voló y desapareció. El joven abrió los ojos y quedó inmóvil de asombro; toda la ancha estepa estaba cubierta de aves maravillosas, entretenidas en un asunto incomprensible.
Los pájaros hacían hoyos en la tierra con sus garras, dejaban caer en ellos con el pico semillas blancas y de nuevo los cubrían con las alas. El muchacho se movió un poco, y en ese mismo instante, los pájaros alzaron el vuelo. Y de nuevo el día se tornó noche, y de los aletazos de sus alas, en la tierra se produjo un huracán. Pero tras esto se produjo un milagro mayor: de cada hoyo que habían hecho las aves, crecieron de repente verdes vástagos que crecieron cada vez más y más alto, y rápidamente se convirtieron en árboles fuertes y frondosos espléndidamente decorados con hojas brillantes. No pasó apenas un instante cuando las ramas de los árboles se abrieron majestuosamente y se cubrieron de flores preciosas nunca vistas, dotando al aire de una dulce fragancia. A continuación, las flores volaron por todas partes y en su lugar, aparecieron en las ramas esplendorosas manzanas doradas.
Los sublimes manzanos, recubiertos de corteza, exactamente de ámbar, no podían contarse. Entre los esbeltos troncos, se divisaban por todas partes fértiles vides, claros prados, cubiertos de una suntuosa capa de hierba y brillantes tulipanes. Los umbrosos senderos se recubrían de delicados pétalos de flores, que íban cayendo de los árboles. A los lados de los caminos, musitaban sonoramente los royuelos, que se llenaron de piedras multicolores que parecían piedras preciosas. Y por encima de su cabeza, revoloteaban, incesantes, aves, gorjeando sin parar, tan bonitas y de tan bellas voces, que le hicieron pensar al joven que estaba soñando.
El muchacho, maravillado, miró por todos lados sin creer lo que veían sus ojos. Para mostrarse a sí mismo que todo era real, empezó a gritar con fuerza y claramente escuchó su voz que, repetidamente, se desvanecía en el eco. El paisaje no desapareció. Entonces, reunió todas sus fuerzas para abandonar el lugar y dirigirse hasta la kibitka del sabio y contar todo lo que había sucedido. Cuando escuchó toda la historia, el sabio y los tres discípulos, junto a Asa y Hasan y sus hijos, rápidamente se pusieron en camino para ir a ver el jardín con sus propios ojos.
En muy poco tiempo, el rumor sobre el jardín milagroso se extendió por todas las estepas. Los primeros jinetes en llegar al jardín fueron hueso blanco*. Pero tan pronto como éstos alcanzaron el lindero, ante ellos apareció una gruesa verja cerrada con candados de hierro. Entonces, los hueso blanco se apearon de su silla e intentaron tocar las manzanas doradas a través de la reja.
Pero cada uno de ellos que tocaba un fruto, rápidamente perdía la fuerza y caía medio muerto al suelo. Viendo esto, los jinetes hueso blanco regresaron con sus caballos a sus aulos, muertos de miedo y terror.
Tras ellos, al jardín acudieron grupos de pobres. Antes de que llegaran, los candados cayeron solos al suelo y las grandes puertas se abrieron. El jardín se llenó de gente, de hombres y mujeres, de viejos y niños. Éstos paseaban por sus senderos, se calentaban con los pétalos, aunque éstos no se marchitaban. Las personas bebían de los royuelos, y el agua no se enturbiaba. La gente cogía los frutos de los árboles, pero éstos no menguaban. No cesaron de escucharse durante todo el día en el jardín el sonido de las dombras, canciones alegres y fuertes risotadas.
Cuando llegó el anochecer y a la tierra descendió la oscuridad, de las manzanas brotaron suaves luces azules, y los pájaros entonaron un bella y dulce melodía. Entonces, los pobres se acostaron sobre la fragante hierba bajo los árboles y durmieron profundamente, felices y contentos por primera vez en toda su vida.
FIN
* Durante los años del Janato kazajo (s.XV-XVIII), la sociedad se dividía en dos grupos sociales, diferenciados no sólo por su condición económica, sino sobre todo por sus vínculos de sangre con los gobernantes mongoles, que se reflejaba en su condición dentro del Derecho. Ello explica los dos términos con los que se conocía a los dos grupos sociales. Unos habitantes eran los ak suiek, es decir, los hueso blanco, a los que no sólo se prescribían los chingisidos o descendientes de Gengis Khan, sino también los hodjas y los descendientes de compañeros de lucha del profeta Muhammad. Los chingisidos, por derecho de nacimiento, adquirían el título de sultán y podían aspirar al trono del janato en cualquier estado donde se observaran y guardaran las tradiciones del imperio mongol. Ellos no pertenecían a ninguna tribu. Los demás habitantes formaban el resto de la sociedad, y se les conocía bajo el nombre de kara suiek, los huesos negro. Este atributo lo adoptaban de manera natural al nacer y no dependía de su situación económica o espiritual.
Imágenes: 1)Ave Kazaja,2,3)Aves volando, 4)Árbol con pájaros (Cendón), 5)dombras, 6)Guerreros mongoles.
Cuento popular kazajo. Traducción del ruso. Extraído de Б.М.Сидельникова, Казахские народные сказки // Қазақ Халық Ертегілері, Үш томдық, Жазушы Баспасы, Алматы 1971 (B. M. Sidelnikova, Cuentos nacionales kazajos, Tomo III, Ed.Ŷazuzi, Almaty, 1971).
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